La figura de Paul Newman está relacionada con uno de mis primeros recuerdos cinematográficos, ya que mi padre me llevó al cine con cuatro años a ver
Bufallo Bill y los indios. La película de Robert Altman no se encuentra entre los clásicos del oeste; es más, suscitó enormes críticas en el momento de su estreno. No la he vuelto a ver desde entonces, pero conservo grabadas algunas imágenes y la sensación de que aquello tenía muy poco que ver con las películas de vaqueros que solía ver por televisión. Es la primera sensación que me asalta tras conocer el esperado fallecimiento del actor norteamericano -hace unas semanas un portavoz de la familia anunció que abandonaba el hospital para vivir sus últimos días en casa con los suyos-, entre otras cosas, porque repasando titulares y frases emotivas que le dedican en los diferentes medios de comunicación todos coinciden en aludir a sus ojos azules y a la pasión despertada en tantas generaciones de mujeres desde que se dio a conocer popularmente en 1958 con
La gata sobre el tejado de zinc. Todos hablan de su enorme atractivo, de los premios recibidos, de su trayectoria, de los títulos míticos en los que participó, incluso de su militancia política y la conocida pasión por los coches de velocidad, pero muy pocos se han referido a su compromiso con el cine, a su participación en proyectos arriesgados -en los que no dudó dejar a un lado su propio atractivo físico, ni asumir roles de perdedores- y a su corta pero interesante carrera como director, en la que destacan títulos como
Rachel, Rachel o
Hary e hijo, en la que recreaba parte de su relación con el único varón que tuvo, fallecido por su adicción a las drogas. De los cinco títulos que dirigió sólo uno de ellos sugería aspiraciones comerciales,
Casta invencible, sobre una familia de madereros en la que Henry Fonda daba vida al cabeza de familia; los demás pueden encuadrarse dentro de una corriente de cine de autor o independiente que comenzó a extenderse a finales de los sesenta en Hollywood, como así lo atestigua su apuesta por la adaptación de la novela,
El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, ganadora del Premio Pulitzer, y que circuló en nuestro país por las salas de numerosos cine clubs de la época -los primeros setenta-.
Paul Newman es el ex deportista escayolado y atormentado de
La gata sobre el tejado de zinc, el temido pistolero de
El zurdo, el recluso comedor de huevos duros de
La leyenda del indomable, el timador insuperable de
El golpe, el Butch Cassidy de
Dos hombres y un destino, el veterano jugador de billar de
El color del dinero, el detective
Harper, el ingeniero de
El coloso en llamas, el policía de
Distrito Apache: el Bronx, el padre de Kevin Costner en
Mensaje en una botella y el mafioso de origen irlandés de
Camino a la perdición -su última aparición en la pantalla-. Pero tampoco conviene olvidar que muchas de sus mejores interpretaciones, posiblemente, sigan siendo desconocidas para una buena parte del público, de sus seguidores, como el boxeador de
Marcado por el odio -su primer gran papel en el cine (1956)- o el jugador de billar de
El buscavidas -en cuyo personaje se basó Martin Scorsese para
El color del dinero-, o el mítico juez enamorado de una cabaretera -ya encarnado por Walter Brennan en
El forastero- de
El juez de la horca, dirigida por John Huston, o el abogado fracasado con intenciones de redimirse en
Veredicto final, o el albañil desarraigado de
Ni un pelo de tonto, o el detective privado que vive de la beneficencia de un amigo que trabaja en el negocio del cine de
Al caer el sol. Por si fuera poco, el mismísimo Hitchcock se fijó en él para
Cortina rasgada, cuando se vio obligado a prescindir de algunos de sus actores fetiche ya castigados por el paso del tiempo y a apostar por nuevos valores.
Muchos otros han querido parecerse a él, desde Richard Dreyfuss (
Tiburón, Profesor Holland) hasta Tom Cruise (su presencia en
El color del dinero vino a rematar lo que se apuntaba en
Top gun), aunque el bagaje de su extensa carrera vuelve a poner de manifiesto que Newman no era sólo un tipo con ojos y presencia arrebatadora al que muchos pretendían emular, sino una estrella y un artista comprometidos con un medio, el cinematográfico, y con un público a cuyo servicio puso todo su talento para encarnar personajes sin ningún tipo de reservas
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