El problema, de todas formas, no es en este caso tanto mío como del oportunismo mediático de la presidenta de los madrileños. Desde que a mediados de los noventa, cuando ostentaba la cartera ministerial de Cultura, respondió que ella no iría al cine a ver Airbag porque sólo veía cine español, Aguirre ha sido una inspiración constante para los tertulianos de la cosa política, en especial para los que transitan la banda izquierda, aunque, últimamente, también para los diestros, ante la creciente posición dominante de la que se ha hecho acreedora. Si no fuera porque se trata de ella, cualquiera podría decir que parece que hace las cosas hasta queriendo, como recriminaría el padre resignado ante la nueva travesura de su hijo pequeño.
Tal vez más de uno del PP ande preguntándose lo mismo desde ayer tarde, cuando a la presidenta se le escapó eso de “hijoputa”, una expresión que por común y generalizada en nuestro vocabulario cotidiano tampoco debería levantar más controversias. Pero lo ha dicho ella y hay que sacar partido al desliz. Además, tampoco ha sabido contraatacar con sentido del humor, y menos aún con naturalidad, y se ha limitado a justificarse con un se dice el pecado pero no el pecador. Yo, en su caso, habría hecho mías las palabras de Art Linson sobre Hollywood: “Esto está lleno de hijoputas, cabrones, trepas..., pero también tiene su lado negativo”.
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