Lo que queda del día

Odiadores profesionales

Basta con leer el resumen de mensajes que te hace Twitter para ponerte al día del odio envenenado que destila el personal para hacerse el interesante

Publicado: 22/08/2022 ·
12:29
· Actualizado: 22/08/2022 · 12:29
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Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Decía Carlos Pumares en su imprescindible Polvo de estrellas -y me estoy remontando a la segunda mitad de los ochenta-, que el único sentimiento verdadero que existe en el mundo no es el amor, sino el odio. Argumentaba que puedes querer a una persona con toda tu alma, pero también ser capaz de olvidarla con el paso del tiempo, incluso de cambiar ese amor por otro nuevo. Sin embargo -recalcaba-, cuando odias a alguien, lo haces con todas tus fuerzas y es para siempre, nada te detiene, porque ese sentimiento sí es realmente auténtico.

No recuerdo a cuento de qué hizo aquella reflexión noctámbula, si a raíz de alguna película, de alguna llamada incómoda -la mayoría lo eran-, o de tantas noches esperando a que García acabara su programa cuando le daba la gana, pero también tengo un amigo que sostiene que mientras que estás tan plácidamente tomándote una cerveza, o viendo un partido de fútbol en casa, o ayudando a tu hija con los deberes, siempre hay alguien maquinando cómo acabar con tu vida; sencillamente porque el mundo está lleno de hijos de puta -por muy santas que sean sus madres-, a los que solo les mueve la ambición -y el odio, como decía Pumares-.

Hace demasiado tiempo que lo tengo presente. Basta con leer el resumen de mensajes con más tendencia que te hace Twitter cada mañana para ponerte al día del odio envenenado que destila el personal para hacerse el interesante a costa de los demás, aunque sea a costa de la estupidez y la ignorancia de los demás, sin tener en cuenta que en esto de arrojar la primera piedra nunca suele haber muchos voluntarios.


Resulta vomitivo y desagradable, pese a lo cual no hay quien ha dudado en convertirse en odiador profesional a tenor del rendimiento en sus respectivas cuentas de seguidores, donde la barbaridad se cotiza a precio de prime-time y basta con bloquear a quien esté dispuesto a ponerte la cara colorá. Si ni siquiera tuvo éxito aquella llamada a la sensibilidad y a la solidaridad internacional para que todos nos diésemos de baja en Twitter para evitar que se propagaran las mentiras y la propaganda de Donald Trump, qué podemos esperar de una buena parte de quienes habitan y hacen negocio en su red a costa de despotricar de cualquier cosa y, en especial, del otro, del enemigo, que, por otra parte, es el principal indicativo de que quien lo hace ya se ha vendido a un mejor postor.

En el único chiste ingenioso que se ha permitido Santiago Segura en Padre no hay más que uno 3, hay un momento en el que su hija aspirante a influencer se sorprende al enterarse de que Facebook “¿aún existe?”. Cuando dentro de treinta años la emitan en Cine de barrio, como ahora hacen con La gran familia, puede que haya que contextualizar el gag al nuevo público, pero parece poco probable que el ser humano se niegue a desaprovechar las posibilidades que ofrecen las redes por sí mismas para avanzar en el control y la imposición emocional -y el odio, como sostiene Pumares, es la emoción más auténtica- ante cuestiones tan fundamentales en la vida como ayudar a alguien a conservar su asiento, su sueldo y sus privilegios.

Pese a todo, para cándidos y bienintencionados, también es posible quedarse con la versión de Richard Curtis, quien en el prólogo de Love Actually recuerda que antes de que los terroristas estrellaran los aviones contra las torres gemelas, la gente atemorizada que viajaba en esos vuelos empezó a llamar por teléfono a sus familias y amigos para contarles lo que estaba sucediendo. En aquellas llamadas hubo lágrimas y desesperación, el terror en su máxima expresión, pero Curtis incide en que es poco probable que nadie aprovechara para llamar a otra persona y decirle lo mucho que la odiaba, sino que todas lo hicieron para expresar su amor hacia los demás, porque, en realidad, es el amor lo que hace girar el mundo.

Sigo creyendo, y si no no lo recordaría después de tantos años, que el popular presentador radiofónico tenía razón, pero su acierto convive con la necesidad de esa llamada de teléfono, con encontrar las auténticas respuestas lejos de un tweet y saber proteger tus propias emociones de las ambiciones de los demás.

 

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