Salta por los móviles un texto referente al calor, la calor y las calores según se pasee por los meses de este verano que humedece la piel vestida,participando del beneficio del sudor como medio de refrigeración corporal. Dicho texto desborda ese humor de nuestro sur, tan particular como ocurrente, y al leer el mensaje se le reconoce la agudeza a partir de la circunstancia, de esta calima que nos deja tan agotados como si hubiéramos trasladado varios sacos de arena. Al descansar, las ventanas se abren convirtiéndose en orejas por donde se cuelan los comentarios, voces sin rostros que suben a lomos del aire, aunque no sople por la calle convertida en tobera. Voces pacientes, pero sin terminar de resignarse a los rigores de esta canícula insistente hasta la mortificación.
Probablemente se esté en lo cierto en cuanto al olvido de unos días parecidos, extraviados en el verano pasado, perdidos en el anterioro tal vez desaparecidos en el de hace decenas de años, como han recogido las noticias. Puesto el dato en el casillero de un grupo, los sesenteros y setenteros no recordamos marcas oscuras o redondeadas en el vestido, la camisa o la camiseta. Es lo propio, ya se sabe, y también la consecuencia del cambio climático, que acabará, dicen, con las estaciones intermedias.
Vivimos alarmados por esa luz ámbar que se encendió hace dos años largos, que fue perdiendo un poco de intensidad y volvió a brillar con más fuerza. Desde entonces no se apaga, porque no deja de abrir ciclos: covid, ómicron, el virus del mono y ahora la coriza si no se ha quedado alguno por ahí.
De momento, el calor motiva a salir al atardecer y mientras dura el paseo, mientras ese rato se queda en la calle, la alarma se distrae. Sin embargo, por el silencio de la noche destella de nuevo la luz ámbar porque el futuro es inquietante. Tal vez por eso se está viviendo este verano con tantas ganas, pero en ellas late la falta de la tranquilidad y el alivio que proporciona la seguridad. De ahí el ingenio para animar con unas líneas escritas en la pantalla del artefacto donde llevamos la vida, líneas destinadas a estirar los labios dibujando una sonrisa o a abrir la boca con una carcajada en tanto buscamos y seleccionamos el emoticono riente.
Es nuestra forma de vivir este presente difícil abocado a un futuro imperfecto. Mientras, la luz ámbar sigue con su ciclo de centelleos, con el enigma que connota el límite entre lo permitido y lo prohibido. Como en un semáforo.
Sigamos siendo prudentes.
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