No hay nada más hermoso que una estrella fugaz sobre las almenas del Castillo de San Marcos. Nada mejor que tomárselo con calma cuando nos digan que nos van a regar de basura espacial porque la fuerza de la gravedad es lo que tiene. Nos creemos eternos por el hecho de estar vivos, sin darnos cuenta que la mortalidad nos asiste y aconseja. Los que vieron el cohete chino se apresuraron a subirlo a las redes como hicimos los que presenciamos el chocazo de la furgoneta de Vox contra el Tesla. Somos bocones por naturaleza, por idiotez y simplicidad palpable. No me excuso, me siento incluida. Ya no se habla de Ucrania porque no es rentable, pero la luz y la gasolina siguen subiendo. A los muertos, los desalojados, los migrantes los hemos obviado por nuestro empeño en el momento presente. Mis hijos-más conscientes que nadie de que ahora es el suyo- se engalanan en la nueva vida de descerebramiento, reuniones y muchas hormonas contravenidas. No envidio a nadie, ni siquiera al que escribe hincando el dedo en el ojo ajeno, porque si tengo que fustigar a alguien prefiero hacérmelo a mí misma.
Soy así de canalla y perra. Nadie me jode tanto como yo misma. No me importa lo que digan, ni el puñetero cohete chino, pero sí que me partiría en dos si le diera por aterrizar en mi casa mientras estamos durmiendo. No me molesta que digan tonterías, pero me incomoda que no se las piensen. Las bocas abiertas siempre me han parecido pescado podrido expuesto en una pila de hielo queriendo pasa por fresco. Hay veces que no sé exactamente por qué estoy en este mundo del que me siento tan poco afín, pero luego me acuerdo de los míos para darme tregua. Tampoco sé para qué tecleo, porque hago estulticia con los dedos que entrarán en artrosis combativa en nada. Sí escriben muchos que conozco y respeto y que no salen en listas de famosos, ni son súper ventas, sino trabajadores de la edición personalizada. Muchos que se pegan palizas parrafales para poner los sentimientos, la vocación o la vergüenza torera en lo que creen y crean. Me niego a dar nombres. El que es bueno ya lo sabe y la que taconea con fuerza molestando a los desafines bailará sobre las tumbas de los ruines. No se equivoquen, no hablo de mí que voy siempre en nikes y con plantillas. Y todo por un maldito cohete chino que era tan hermoso como una estrella fugaz visto desde lejos y con móvil en plena foto.
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