No hace tanto que un eslogan feminista fue objeto de la polémica: “solas y borrachas, queremos llegar a casa”. El mensaje se entendía a la perfección, no tenía fisuras ni aristas. Al igual que a la mayoría de varones nos pasa, lo lógico sería que una mujer pudiera llegar intacta a casa aunque fuera por la calle sin compañía, de madrugada y con demasiado alcohol en el cuerpo. Sin embargo, un sector de la sociedad quiso entenderlo como un alegato en favor de una ingesta etílica excesiva. Básicamente esos que niegan la violencia machista, que aspiran que “El Xokas” los llame cracks, tienen como referente los vídeos de Roma Gallardo o siguen defendiendo a La Manada.
Esa gente que ataca al movimiento feminista hace necesario el feminismo. La violencia machista ha matado a más personas que el terrorismo etarra en la mitad de tiempo, pero algunos miran hacia las denuncias falsas (0,01% según la Fiscalía). Si nos damos una vuelta por cualquier página de verificación de noticias (o fact-checking ahora que molan tanto los anglicismos), veremos cuántos bulos ya desmentidos siguen circulando para negar la violencia machista, para negar acusaciones de abusos y agresiones sexuales (defender violadores, hablando en plata). Y así andamos, dando la igualdad por conseguida pero con demasiadas mujeres agredidas por el hecho de serlo.
En estos días, circula por Internet el vídeo de dos individuos intimidando a un grupo de niñas en la Feria de Jerez. Enchaquetados, con su vaso de quién sabe qué, aparentemente ebrios (me voy a ahorrar la presunción sobre otras sustancias) y mirando fijamente y sin mediar palabra a las adolescentes. Las chicas hacen piña y les hacen frente diciéndoles, simplemente, que se vayan. Sus voces suenan ásperas por el miedo, pero siguen plantando cara. “Que os vayáis, que dais mal rollo, que tenéis cincuenta años”. Ellos persisten en su actitud arrogante, saludando a la cámara del móvil que los graba y hasta sacando un fajo de billetes. Los comentarios que recibe el vídeo en las redes dan más asco aún que esos dos personajes: desde cuestionar qué hacían las chicas ahí a según qué horas hasta criticar la “falta de educación” por decirles a gritos que se vayan. Nadie, como habría pasado hace veinte años, recrimina que dos tipos de la edad de estos seres deberían dar un mejor ejemplo, que son mayorcitos. Incluso, en una tertulia de televisión, he oído estupefacto cómo alguien decía que las chicas podían meterse en un lío por grabarles y difundir el vídeo. Olvidan que el vídeo se graba en un espacio abierto, se difunde con intención de denuncia y que ellos, con su arrogante saludo a cámara, están consintiendo o manifestando indiferencia al respecto. Al final, las víctimas vuelven a ser cuestionadas por ser de sexo femenino.
“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”. La canción de las feministas chilenas sigue siendo vista como motivo de polémica y de “criminalización del hombre”. Sin embargo, lo que más resume es todos los prejuicios que aún tienen arraigo en la sociedad. Aún, cuando surge algún caso de agresión sexual, se cuestiona qué hacía una mujer sola, de noche y vestida con semejante atavío: “si es que lo van buscando, qué esperaba encontrar”. Parece que, si eres mujer, estás obligada a estar siempre acompañada, a ser totalmente abstemia, a vigilar tu refresco no vaya a ser que te echen burundanga, a vestir cual monja de clausura, a ser antipática por si al entrar en conversación “das pie” al acceso carnal, a jugarte la vida si entre cinco te intentan violar para que el juez no diga que no te resististe lo suficiente... Es difícil ser mujer cuando los mantras del machismo rancio siguen incrustados hasta en la Justicia.
No está todo perdido, pero queda mucho por hacer. Frente a los mensajes que niegan la realidad del terrorismo machista, hace falta educar. Hace falta entender que una mujer con escote y minifalda no va buscando “guerra”, sino que simplemente le gusta vestir así. Hay que enseñar que una mujer pasada de copas no es una oportunidad. Hay que transmitir que no se es más hombre por meterla en caliente más veces, sino que se es más caballero por tratar a las personas con respeto. Y, sobre todo, que “no es no”. Que no hace falta un contrato de consentimiento explícito, como ironizaban algunos machistas en las redes, sino entender que todo lo que ocurra después del primer “no” sobra. Si crees que enseñar estos conceptos tan sencillos es adoctrinar, lo siento: “el violador eres tú”.
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