Cuando se habla del holocausto se hace referencia a la macabra decisión, ejecutada metódicamente por el régimen nazi, de la exterminación de la faz de la tierra de los judíos. Es verdad que afectó también a los gitanos y a personas con discapacidad, en el laboratorio perverso de la mente totalitaria de un dirigente europeo que fue elegido y adorado por millones de alemanes y de europeos, mientras cometía una las mayores tropelías que ha conocido la humanidad, el genocidio contra los judíos.
El holocausto que hoy asoma en el horizonte es el nuclear. El paseo militar programado por otro dirigente -que las encuestas dicen que cuenta entre el 70 y el 80 % del respaldo popular ruso- ha devenido en un fiasco considerable para el ejercito de Putin. Se iban a comer un país con larguísima relación con Rusia, que había formado parte de la Unión Soviética y de la estructura postsoviética ideada por Boris Yeltsin, tras haber obligado a Mijail Gorbachov a la disolución de la URSS, la Comunidad de Estados Independientes, y la guerra dura ya 70 días. A medida que transcurren los días y la guerra -operación militar especial, según Putin- se enquista, los decibelios de las baladronadas rusas suben. Las ladran Putin y su eterno ministro de Exteriores, Lavrov. La escalada de la tensión no cesa.
La pregunta que atormenta a millones de personas -y de la que nadie conoce la respuesta- es si Putin y Lavrov cuando amenazan con una guerra nuclear hablan en serio o son advertencias que no se llevarán a efecto nunca. ¿Cuando los canales oficiales rusos afirman que “nadie sobrevivirá” en las capitales europeas qué grado de verosimilitud hay que darles?
Durante la Guerra Fría el equilibrio del terror mantuvo la paz armada desde el fin de la Guerra Mundial, pero se evitó el desastre con trabajosos tratados de desarme que se frenaron con la llegada de Trump y Putin. Uno y otro hicieron lo posible para romper lazos con el pasado. Trump con la alianza con Europa, Putin con la ruptura de la URSS. Esa estrategia ha llevado al presente. Putin olió debilidad en Occidente y, por contra, ha contribuido a un fortalecimiento insospechado de la OTAN. El riesgo de que la guerra de Ucrania desemboque en mundial es real. Nadie da una oportunidad a la paz.
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