He estado un tiempo fuera, que buena falta me hacía. Cuando he vuelto, me he encontrado que ya no están ni Varela ni el caballo. En la soledad del manicomio me han visitado estos dos vientos: la razón y el corazón. La razón me dice que ese señor montado a caballo señalando hacia no sé donde y flanqueado por escenas de nuestra guerra incivil no tiene por qué recordarnos más lo que no queremos recordar. Por otra parte, también me dice la razón que a este señor y a su caballo los instalaron en medio de la Plaza del Rey rompiendo el patrimonio heredado de una Plaza libre de pamplinas tal como la diseñó Torcuato Cayón. Es como si en medio de una película maravillosa nos metieran a la fuerza y como parte del guión un anuncio interminable de Cola Cao.
“El 80% de las veces me tocaba el ‘premio’ de dormir con él en los campamentos”Sin embargo, el corazón, que tiene razones que la razón no entiende, se me reblandece al pensar en la cantidad de años que esas figuras han estado presentes en mi vida.
Hace treinta años, en 1992, justo por estas fechas, cuando ya se hablaba de remodelar la Plaza, y cuando yo todavía estaba cuerdo, escribí este tango para el Coro La Estantería de la Peña Colorín Colorao.
Si viene usted al manicomio, se lo canto.
Cuando, llegue tu despedida, Plaza del Rey,
los recuerdos se mezclarán en mi corazón,
bajaré con mi pensamiento la Cuestecilla
endulzando como los niños cada rincón.
Sabrás que para mirarte, camino de mi colegio,
dejaba correr el tiempo, volar mi imaginación.
Sonaba entre tus balcones, más verdes que la esperanza,
un cantar invisible de gorriones
que buscaban tu sombra y tu bendición.
Y el olor, y el olor de aquellas miñocas y camarones
con los churros me iba llenando poco a poco de tu sabor.
A la mar, a la mar quisiera irme yo contigo, cuando tú te fueras,
en un barco de madera sacado de la arboleda que a su sombra me vio jugar.
Símbolo del cañaílla tu serás, tú serás con tus dos palmeras,
faldas del Ayuntamiento que son ahora de cenicienta,
deja que trote el caballo, que nunca te olvidará
este niño que guarda el pasado de tus bancos, jardines y flores
y que por la calle, calle Dolores, tu vieja estampa se llevará.
El caballo por fin ha trotado. Y, aunque el corazón me haga llorar, la escasa razón de la que dispongo ahora, me dice que en este tema el Ayuntamiento ha acertado, y el equipo de gobierno ha tenido las agallas suficientes para hacer que la Plaza del Rey recupere la estampa original que nunca debió haber perdido. Lo mismo pienso sobre el traslado en su día del Corazón de Jesús.
Por tanto, aunque un loco es muy poquita cosa, le dejo aquí por escrito mi apoyo y mi rechazo a las críticas infundadas de los que añoran un pasado de lágrimas y de ordeno y mando.
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