No sé si son amantes del género, pero hay narraciones que se desarrollan en una realidad alternativa. Así me siento a veces cuando leo que los ancianos son apreciada mano de obra en Japón o que los sanitarios que palmeábamos, ahora ven sus contratos hacerse humo. Hasta los hospitales han cambiado y no digo que lo vea mal porque siempre me molestaron esas familias bien avenidas que custodiaban a tu compañera de cuarto con visitas a tutiplén. Pero aun así, con algunas relativas mejoras, esta realidad nuestra con volcanes en erupción, presuntos tsunamis o movimientos de placas tectónicas no hace más que traerme a la mente películas de serie B emitidas a la hora de mayor somnolencia. También es verdad que lo mío es el visionado individualista y la imaginación con pasos tan acelerados como la protagonista de “Patria”. Supongo que el resto de ustedes estaría inmerso en la trama de la película- antes novela afamada- pero yo no podía quitar reflexión de lo bien que estaba de piernas y cómo jarreaba con sus más de setenta años cumplidos. Es lo que tiene lo personal cuando tamizas la historia ajena, distópica a más no poder. Con el documental de Dolores Vázquez se me cayó el alma al suelo, porque lo veía tan claro y me engañaron tan bien que me sentí como una marioneta cabalgando una veleta. En cambio ahora, solo veía en Rocío o en Sonia la cara de mi hija acompasándome al dolor de una madre y entendiendo que por obstinarse en algo solo se cavan tumbas a tu alrededor. No hay ninguna victoria en la distopía de trabajar hasta la muerte o la extremaunción de ya no valer más que para la máquina picadora de huesos viejos. No la hay en el tajazo que hace que los sanitarios sean monedad de cambio con acciones de héroes y sueldos- y trato- de peones. A mí me gustan los tornos de entrada porque me molestan las aglomeraciones y la manía de agruparnos en clanes ante cualquier eventualidad médica. Creo que eso va a ser una mejora. También los cribados, pero no que no haya el personal suficiente, porque los que nos curan y atienden cuando estamos más jodidos necesitan no solo que los respetemos, sino hacer las cosas bien con suficiente tiempo. Para que lo tengan, hay que contratar personal para atendernos correctamente a los que pagamos sanidad con nuestros impuestos. Pero las distopías políticas es lo que tienen, que nos maceran el cerebro. No quiero trabajar de vieja más que en lo que me dé la gana, porque después de jorobarte toda una vida lo menos que quieres es tomar el sol, un miércoles por la mañana. O perderte con tu pareja por sitios a los que nunca has ido antes o hacer esos estudios que nunca pudiste. Envejecer debería ser calidad de vida, no machacarte trabajando hasta que se te sequen por desgaste las piezas. Porque somos irremplazables como los volcanes, como las placas teutónicas y los tsunamis que derriban realidades para hacer nacer otra diferente que nunca pensamos que pudiera existir.
Visto con los ojos de Dios- sin tiempo en las pestañas, ni legañas en las comisuras de los ojos- la vida se torna fácil y liviana, entendible hasta la saciedad a poco que seas empático. Pero como solo somos mortales de vidas afanadas, de cuellos artríticos de tanto bajar la cabeza, de piernas cabalgadas por la reuma, la artrosis y la fatiga muscular, nunca nos planteamos la distopía de aparecer en otra realidad paralela (más bien afán de adolescente con furor uterino e impotencia paternal) para alzarnos como protagonistas del todo más absoluto. Es lo que tiene la madurez del fechado con tiempo corrido, del paquete que ya sabes que van a poner a disposición del oulet para que el avezado comparador que va en busca de gangas se te lleve, dejando libre el sitio para posicionar a otro más fresco.No sé si ustedes están en la misma realidad que yo o nos vemos en el próximo cataclismo sin electricidad ni gas, viviendo a punta de vela y comiendo encurtidos.
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