En plena tercera ola de Covid-19 en la provincia de Cádiz, a principios de febrero pasado, la funeraria Bahía se vio obligada a triplicar el acopio de féretros. De los 50 habituales, explicaba José Ángel Chaves, responsable de la empresa, se pasó a unos 140. Obligado a reforzar con urgencia la plantilla con tres incorporaciones para hacer frente al trabajo, admitía que los servicios estaban colapsados y que las familias, contagiadas al completo en muchos casos y, por tanto, ausentes en la despedida, debían esperar hasta tres días para incinerar a sus personas queridas.
“Los allegados no siempre encajaban asumir que no volverían a ver al finado porque el ataúd, al margen de la causa del fallecimiento, se sellaba por motivos de seguridad, o por limitaciones de acceso o aforo en el tanatorio.
“El rito cambió por completo”, lamenta Miguel Vadillo, psicólogo de la Fundación Salud y Persona que trabaja en el servicio de acompañamiento en el duelo de Mémora. La imposibilidad de permanecer junto al fallecido antes de recibir sepultura y compartir esos momentos “afectó a la primera fase del duelo, la de negación”, explica. “Tuvimos que ofrecer consuelo telefónicamente o de forma telemática y no es lo mismo que alguien te eche un brazo por encima para ofrecerte calidez. La presencialidad es insustituible”, añade. Se ha corrido el riesgo de cronificar el dolor. Para salvar el trance, se han ofrecido herramientas como escribir una carta de último adiós al finado.
Pero la sobreinformación ha jugado a la contra. “Hemos detectado que la ansiedad se ha disparado en general” porque, subraya, “la muerte se ha desnaturalizado”. Si bien admite que “nadie estaba preparado para lo que se nos vino encima”, censura que “hemos contado muertos como números, conocíamos al minuto la evolución de la curva y la muerte estaba permanentemente presente” en los medios y las redes.
Vadillo, que participó en la elaboración de contenido dirigido a la población en general para facilitar la autogestión emocional y facilitar la comprensión de lo que estaba en el portal web www.alegrapsicologosmalaga.es, ha echado de menos mayor protagonismo de los especialistas.
En el caso de los profesionales sanitarios, la invisibilidad ha sido total, denuncia, por su parte, Débora Torrado, que comparte dirección en funeraria Bahía con José Ángel Chaves. Los trabajadores llevaron a cabo sus intervenciones con pesados equipos de protección individual (EPI), con mono antipandemia, careta facial con filtro, guantes, gorro y escarpines, y en delicadas condiciones durante dos o tres horas. Acusaron cansancio y tensión y fueron, en definitiva, las únicas personas en muchos casos que atendieron directamente a unos allegados en shock y enfadados. “No hemos obtenido el debido reconocimiento”, apostilla.
Fernando Alcón, presidente de la Asociación Española de Servicios Funerarios (Aesprof), recuerda que “no fuimos considerados colectivo de riesgo y no fuimos prioritarios para la vacunación, nadie se acordó de nosotros”.
Pese a todo, el sector continúa con las reivindicaciones, no solo para ser declarados personal sanitario al contar con los certificados de profesionalidad de tanatopraxia y operaciones en servicios funerarios y atención al cliente y organización de actos de protocolo, sino también para conseguir que se rebaje el IVA al 16% desde el 21% actual para “acabar con los abusos de la administración ante la muerte”.
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