En la finca “Los Olivares”, situada Extremadura, el tiempo parecía haberse detenido desde que Don Manuel, el abuelo y patriarca de la familia, falleció de manera repentina una fría noche de noviembre. La finca había sido su hogar y su orgullo durante más de cincuenta años; había dedicado su vida a ella, y todos en la familia lo recordaban como un hombre afable pero de carácter firme, osco. Sin embargo, desde su fallecimiento, el ambiente de la casa cambió. Los miembros de la familia comenzaron a vivir fenómenos inexplicables, pequeños al principio, casi imperceptibles, pero que con el tiempo se volvieron inquietantemente evidentes.
Al principio, la familia atribuía las rarezas al dolor y el estrés que había dejado la partida de Don Manuel. La hija mayor, Rosa, aseguraba que, en varias ocasiones, había sentido un suave toque en su hombro al pasar por el estudio del abuelo, un lugar donde él solía pasar horas en sus últimos años, mirando viejas fotografías y repasando documentos familiares. “Es el viento”, se decía para calmarse. Sin embargo, los toques se volvieron más insistentes y cada vez más familiares hasta el punto en que Rosa llegó a reconocer la presión de aquellos dedos como los de su padre.
Rosa nos decía: "Al principio, no quise creerlo. Pensé que todo eran ideas nuestras, que estábamos exagerando por el dolor de su pérdida. Pero cuando empecé a sentir esa presión en el hombro, tan igual a cómo él solía tocarme para llamarme la atención, ya no tuve dudas. El colmo fue cuando escuché su voz, llamándome desde el pasillo. Sentí un miedo terrible, pero también una nostalgia profunda; era él. No sé cómo explicarlo, pero reconocí el tono de su voz, esa suavidad cuando decía mi nombre".
Carlos, el esposo de Rosa, nos decía: "Era escéptico. Siempre lo fui, pero una noche, cuando estábamos cenando, la lámpara comenzó a parpadear como loca. Después de eso, las luces de toda la casa empezaron a encenderse y apagarse, como si alguien las estuviera manipulando. Me levanté y fui revisando interruptor por interruptor, pero no había nadie más en la casa. Desde entonces, ya no puedo negar que algo inexplicable ocurre aquí. Creo que, de algún modo, mi suegro sigue presente en esta casa, cuidándonos o tratando de darnos algún mensaje".
Las noches en la finca se volvieron cada vez más inquietantes. Una madrugada, Jaime, el nieto menor de Don Manuel, se despertó al oír la inconfundible voz de su abuelo llamándolo por su nombre. La voz provenía del pasillo, con aquel tono grave y cariñoso que tanto recordaba. Jaime, que tenía solo diez años, salió del cuarto y caminó hacia el origen de la voz, pero no encontró a nadie. Al regresar a su cama, sintió como una sombra pasaba por detrás de él y, aunque no vio nada directamente, juró haber sentido una presencia fría, casi tangible. Temblando, volvió a su cama y no pudo dormir el resto de la noche.
Jaime, el nieto de Don Manuel, explicaba: "Lo escuché llamarme una noche. Pensé que era mamá, pero cuando salí al pasillo, vi una sombra que se movía hacia el despacho del abuelo. Cuando intenté contarlo, nadie me creyó al principio, pero luego mamá empezó a ver cosas también. Ahora siento que el abuelo está cuidándonos… aunque al principio me daba mucho miedo".
La situación se agravó cuando comenzaron a encenderse y apagarse las luces sin razón aparente. Una noche, mientras cenaban en el comedor, la lámpara que colgaba sobre la mesa empezó a parpadear violentamente. Todos quedaron paralizados, mirándose unos a otros, tratando de encontrar una explicación racional, pero la tensión en el aire era palpable. Finalmente, Jaime rompió el silencio: “Es el abuelo. Quiere decirnos algo”. Su madre le pidió que no dijera eso, pero los ojos de todos se encontraron en un silencio lleno de temor y resignación.
Días después, Rosa comenzó a notar que algunas puertas de la casa se abrían y cerraban solas. Al principio, pensó que era el viento, hasta que una noche escuchó el sonido claramente mientras estaba sola en casa. La puerta de la cocina se cerró de golpe, y después escuchó el chirrido característico de la puerta del despacho de Don Manuel, que parecía abrirse lentamente como si alguien estuviera entrando. La sensación de que algo o alguien estaba en la casa era cada vez más intensa.
Ante la imposibilidad de dormir bien y con los nervios a flor de piel, la familia decidió buscar ayuda. Contactaron con un grupo de investigadores (de lo paranormal) y la primera visita de los investigadores fue tensa; la familia miraba desde una esquina, observando cómo colocaban cámaras en las habitaciones y sensores de movimiento en los pasillos. La finca quedó en silencio, esperando algún signo de actividad que confirmara las experiencias de la familia.
Noche de nervios y pruebas
Esa noche, los investigadores comenzaron a escuchar ruidos originados en el despacho de Don Manuel. Grabaron un audio donde claramente se oía una voz ronca y débil murmurando el nombre de Rosa. Era el mismo tono cariñoso que recordaba, y el sonido de esa voz, tan cercana y tan imposible, provocó en ella un escalofrío que le heló hasta el alma. Las cámaras grabaron las luces encendiéndose y apagándose en distintos puntos de la casa, como si alguien estuviera recorriéndola con paso meticuloso, asegurándose de que cada rincón estuviera en orden.
Rafael de Alba, médium e investigador paranormal, comentaba: "Cuando llegamos, percibimos una energía densa, algo que suele ser común en los lugares donde han ocurrido muertes recientes y trágicas. Colocamos cámaras en los lugares donde la familia había experimentado más actividad, y pronto registramos cosas que nos dejaron perplejos: sombras que se movían por el pasillo, una puerta que se abrió y cerró frente a nosotros. En el audio captamos un susurro, una voz que murmuraba ‘Rosa’ en un tono suave. La familia reconoció la voz inmediatamente. Aunque he investigado muchos casos de actividad paranormal, la intensidad de los fenómenos en esta finca es algo que pocas veces he visto."
Los investigadores también registraron un frío intenso que se movía por la casa, especialmente en la sala y en el despacho de Don Manuel. Algunos llegaron a sentir una presión en los hombros, similar a la que Rosa describió, y notaron que los sensores de movimiento se activaban de forma errática sin explicación aparente.
Durante la siguiente sesión, uno de los investigadores decidió realizar una técnica de psicofonía, donde se intenta captar sonidos del más allá mediante preguntas directas. En un momento, el investigador preguntó en voz alta: “¿Quieres decir algo a tu familia?”. Hubo un silencio absoluto en la habitación, hasta que un susurro rompió el aire: “Cuidad la finca… no la abandonen”. La familia quedó conmocionada. Don Manuel había sido claro en su deseo de que la finca se mantuviera en la familia, y su voz, aunque débil y lejana, era inequívoca. Su espíritu parecía estar atado al lugar, incapaz de partir sin la certeza de que su legado estaría a salvo.
La familia decidió seguir adelante con la vida en la finca, aceptando la presencia del abuelo como una parte de su hogar. Aunque los fenómenos no desaparecieron del todo, la familia comenzó a verlos como una especie de “cuidado” por parte de Don Manuel. Incluso Jaime decía, con una mezcla de miedo y orgullo, que el abuelo lo visitaba en sueños para hablarle de la historia de la finca y de cómo debía ser cuidada.
Los investigadores regresaron varias veces para monitorear la situación, y aunque lograron captar nuevas evidencias de actividad paranormal, poco a poco los fenómenos se hicieron menos intensos, como si el abuelo hubiese finalmente encontrado un poco de paz en la idea de que su familia permanecería unida y mantendría vivo su legado.
Los investigadores concluyeron su trabajo en la finca dejando un último mensaje a la familia: que intentaran seguir su vida en el lugar, manteniendo el legado de Don Manuel y su amor por la tierra que tanto trabajó. Aunque los fenómenos nunca desaparecieron del todo, la familia de “Los Olivares” ha encontrado consuelo y una extraña calma al sentir que el abuelo permanece, protegiendo su hogar.
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