Las mujeres y la Tierra venimos siendo explotadas desde hace mucho, demasiado tiempo. Las voces y movimientos sociales en contra de este destino injusto cada vez tienen más claro que ambas visiones son absolutamente complementarias; no hay ecología sin su perspectiva feminista y viceversa.
El sistema socioeconómico que lidera y juega con nuestras vidas necesita silenciar sendas olas, la verde y la violeta.
Necesita negarlas, invisibilizarlas, ridiculizarlas y, por supuesto, le es preciso que no tengan oportunidades para encontrarse y caminar de la mano, y parece que no les va muy bien en ese intento.
Desde hace pocos años, cada 8 de marzo, lo leemos claro en las calles: “nos quisieron enterrar, pero no sabían que éramos semillas”, “justicia para las mujeres y para el planeta”, lemas y consignas muestran claramente que sí, que ya nos hemos encontrado, pese a los cada vez más torpes -aunque igualmente hirientes- zarpazos del patriarcado, que se resiste a perder lo que considera suyo por derecho “¿genital?”.
Los asesinatos machistas, las violaciones, la brecha salarial, la condena al trabajo precario o la sistemática discriminación en los espacios públicos y de decisión continúan siendo evidencias negadas por los poderes fácticos del mercado.
Por otro lado, quienes las niegan y/o vuelven sus miradas hacia tales injusticias son los mismos que las alimentan, porque las necesitan para seguir engordando su absurda y codiciosa panza.
No es casualidad que quienes se oponen frontalmente a los movimientos feministas también lo hacen frente al cambio climático.
El negacionismo de una y otra violencia sobre la vida se ha convertido en el argumento base para continuar explotando, utilizando además las armas más perversas para obtener la connivencia de una sociedad cada vez peor informada y altamente mediatizada.
Sumirnos en la ignorancia y la desconfianza es su consigna clave, y de ahí viene, por ejemplo, el ataque a la educación pública, con el objetivo de mutilar nuestro derecho a tener una conciencia crítica. Tienen miedo de no poder controlar todo lo que de un modo u otro incide en el desarrollo social y personal de la ciudadanía.
El veto parental en los centros educativos, incoherente con la “moña-medallita autoritaria” que nos otorga Javier Imbroda, no es más que otro modo de violencia, revolucionario por lo novedoso de su planteamiento “libertario”, pero muy arcaico en el fondo; no es más que otro elemento de censura y control sobre las personas, de aquellas que tienen en sus manos la posibilidad de educar para transformar y de aquellas otras, nuestras hijas e hijos, quienes heredarán la Tierra tal y como la dejemos.
Sabemos quiénes son, sabemos lo que quieren, y sabemos cuál es su trama para conseguirlo.
Sabemos que necesitan actuar con urgencia, porque les consta que las mujeres y cada vez más hombres estamos en guardia; lo hemos estado siempre de un modo u otro, saltando las barreras que en cada momento histórico nos ha tocado sortear, pero ahora, gracias a las batallas ganadas de muchas mujeres feministas -el sufragio universal, el acceso a la educación o la “simple” independencia de los hombres para trabajar-, somos cada vez más y mucho más fuertes.
Su trama es una enorme urdimbre cargada de antivalores como la competitividad, el individualismo, la exclusión y, cada vez más claramente el odio teñido de ignorancia, por eso también sabemos que la lucha es más ardua de lo que casi es soportable, porque se trata de conseguir vencer con los valores de la cooperación, la empatía, el cuidado mutuo, la inclusión y el amor, sí, frente al odio ignorante, el amor inteligente, ése que no se deja violentar y que hoy ha clamado al unísono en las calles de todo el mundo.
El encuentro eco-feminista ya ha tenido lugar y va cobrando fuerza.
La Tierra grita justicia de un modo cada vez más evidente, y su grito no puede ser contestado con la mitad de la ciudadanía en estado de desigualdad y explotación. Los valores feministas son los únicos capaces de afrontar la lucha contra aquellos contravalores de los que hablaba; son los que están llamados a liderar la transición ecológica que el mundo necesita.
Un día leí en un pedazo de cartón: “ni la Tierra ni nuestros cuerpos son territorio de conquista”. Así es, hermana, así es.
Maestra y de Verdes Equo Sevilla
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