Imagina tu ciudad sin motores con combustibles fósiles. Imagina tu ciudad sin humo. Imagina tu ciudad sin ruido. Imagina tu ciudad con aire limpio y silencioso.
¿Cómo olería tu ciudad si no existieran los tubos de escape? ¿Qué se escucharía en tu ciudad sin no hubiera tanto ruido?
Pues bien, lo anterior nos lleva a pensar que el urbanismo que necesitamos en este siglo XXI es un urbanismo que tiene que aprender de nuestro pasado. En Andalucía hemos tenido civilizaciones que han sabido adaptarse al clima, que han hecho maravillas como la ciudad islámica, que es una ciudad donde la fuente, la sombra, el verde, las hacían más amables; o las calles estrechas de los barrios judíos, frescas en verano y acogedoras en invierno. Esto convertía a las urbes de Andalucía en auténticos vergel y lugares frescos.
El urbanismo del siglo XX, en cambio, se ha olvidado del clima ¡y qué decir de la emergencia climática en la que estamos! Se ha olvidado que la ciudad tiene que ser fundamentalmente para que la disfruten las personas, pero se ha pensado la ciudad fundamentalmente para la máquina, para el coche; está llena de asfalto y hormigón.
Esto ha tenido sus consecuencias haciendo que nuestra ciudad sea inhabitable: convierte a nuestra ciudad en una isla de calor que sufrimos cuando vemos las temperaturas en verano y estamos por encima de 40 grados dentro de la ciudad, entre 4 o 5 grados más que en el campo por la cantidad de hormigón, de cemento, de adoquines, que están absorbiendo calor todo el día y almacenándolo.
¿Cómo podemos combatir eso y adaptarnos ante la emergencia climática?
La respuesta al escenario urbano actual es que volvamos a llenar la ciudad de verde: desde grandes árboles de sombra en las calles, hasta poner fuentes tanto para refrescar el ambiente como para beber agua, bancos para que podamos pasear y sentarnos a descansar y disfrutar del espacio público. Esta respuesta urbanística tiene que ir, necesariamente vinculada, a repensar el espacio público y cómo lo usamos.
Por ello, tenemos que pensar el espacio público para la gente y no para los coches. Eso es algo que antes o después vamos a tener que hacer porque no es posible, ni por espacio ni por energía, mantener más tiempo el modelo de movilidad pensado en el coche privado.
Para hacerlo hay que ganar espacio en la ciudad para el transporte público, para bicicleta, para el peatón, frente al 80% del espacio público que hoy por hoy ocupan los coches. Eso hará que los niños y las niñas vuelvan a jugar en la calle y acondicionamos todo el espacio para que sea espacio amable para todas las personas. Una ciudad adaptada a que los niños se sientan cómodos en ella es una ciudad que nos permite vivir mejor a todos.
Entonces, tenemos que jugar con las dos cosas: Reducir las causas del cambio climático que están vinculadas por una parte a la movilidad energía que contamina la ciudad y, por otra parte, adaptarnos al cambio climático.
Y vuelvo a preguntarme:
¿cómo olería tu ciudad si no existieran los tubos de escape? ¿Qué se escucharía en tu ciudad sin no hubiera tanto ruido?
Depende de la ciudad, pero una ciudad como Sevilla olería a azahar en los inicios de la primavera, a incienso y flores en Semana Santa, a río en otoño, a castañas y chimeneas en invierno. Nuestras ciudades olerían a pan, a los alimentos que cocinamos… ¡A lo normal! Lo que no debe ser normal es oler a combustible quemado.
Y escucharíamos los pájaros, el viento, la lluvia al caer. Escucharíamos a los niños jugando, las personas hablando, música desde lejos…
¿Qué ciudad te gusta más, una limpia o una sucia? A mí me gusta vivir en una ciudad más verde, ¿y a ti?
Por Abraham Velázquez Moraira, miembro de la Ejecutiva de EQUO VERDES Andalucía