Es necesario aclarar que Melchor, Gaspar y Baltasar son las únicas “Majestades” que me inspiran respeto y devoción, pero no por su simbolismo cristiano, sino por esa enfermedad generacional llamada nostalgia. El recuerdo de creer que esos tres bonachones personajes estaban a punto de llegar cargados de regalos, los nervios y el madrugón subsiguiente son recuerdos que atesoro en mi cofre del tesoro particular.
Por eso, quiero dedicarles a mis Tres Reyes Magos esta particular carta de deseos para el año venidero. Son, a mi entender, tan necesarios como complicados, así que me conformaría con que se cumplieran algunos, o con que en todos ellos hubiera avances y no retrocesos. Por supuesto, lo que no quiero ni en pintura es carbón, ya que prefiero la luz del sol o el fresco viento, que no ensucian y abaratan la factura de la luz, que falta hace.
Querido Baltasar, empiezo pidiendo que se destinen los barcos que albergan policías a que las personas que huyen de sus casas por guerras, hambrunas, persecución o falta de futuro puedan cruzar el mar con seguridad, sin mafias ni naufragios, sin muros ni concertinas. Quiero que encuentren en su destino manos abiertas en lugar de puños, oídos comprensivos y corazones solidarios. Quiero que nunca más un ser humano sea ilegal.
También quiero que podamos sentarnos en torno a una enorme mesa y acordar todo lo que nos divide y celebrar todo lo que nos une. Que aceptemos que la independencia es un ideal legítimo, con un respaldo inmenso que no va a desaparecer, y al mismo tiempo que entendamos que el deseo de independencia no es universal, ni mayoritario, ni más “catalán” que el opuesto. Escuchémonos, cedamos, construyamos juntos en lo que sea posible. Medio país es el doble de infeliz que un país entero.
Querido Melchor, quisiera que el mundo entero se diera cuenta de que entre las prisas, las urgencias, los egoísmos y la inconsciencia, nos estamos quedando sin tiempo para que el planeta no pase de ser un hogar a ser un sitio cada días más hostil, que nos rechazará como a una infección. Nuestra mente de simio con pretensiones de divinidad no parece ser capaz de aceptar los cambios que necesitamos emprender por la cuenta que nos trae, como especie y como individuos. Porque no nos engañemos, casi todos y todas saldremos perdiendo, y los pocos que ganen serán los de siempre.
Necesitamos urgentemente hombres nuevos, de los que quiero formar parte. Hombres que no entiendan su autoestima en aplastar a otras personas, normalmente más débiles, normalmente mujeres. Hombres que no se crean con derecho a todo, cosas, animales o personas. Hombres que no sean más depredadores, que en cuanto tienen una brizna de poder lo usan para el abuso. Necesitamos hombres que no necesiten ser “hombres de verdad”, porque la verdad, esos aportan poca cosa.
También necesitamos mujeres, muchas, con poder, con valor, con libertad, con voz, con voces. Mujeres que soporten la mitad del mundo que les corresponde, como es su derecho y su obligación. Ni más ni menos. Ni más (cuidando, cobrando menos, sufriendo abusos de todo tipo…), ni menos (gobernando, decidiendo, investigando...).
Querido Gaspar, por favor, aunque no haya sido ni de lejos tan bueno como para recibir lo que pido, quiero que nos alejemos de los fantasmas de la esvástica y el brazo en alto, que hagamos una Europa distinta, para proteger a las personas. Que Trump acabe por no ser más que una pesadilla de la que despertemos a tiempo. Que quienes odian al diferente, lleven turbante o traje de chaqueta, se despierten convertidos en aquello que odian, como en un cuento de Navidad de Dickens, para aprender en sus carnes qué es ser odiado por ser distinto.
Por último, me gustaría que la diferencia se volviera la normalidad. De color, de lengua(s), de forma de amar y ser amado, de moverse por el mundo, de identidades sexuales,… Que aceptemos que ser diferente es ser normal.
Sé que no es poca cosa, pero si no, ¿para que queremos Reyes Magos?
PD: Si todo esto es demasiado, por lo menos que llueva mucho…
Ramón Fernández Barba
EQUO Andalucía Verdes