Andalucía más que verde

Libertad, igualdad y sostenibilidad en Europa y en el mundo

Decía Jean Claude Juncker en su discurso sobre el estado de la Unión Europea de 2017 que sueña con una mayor libertad y solidaridad en Europa y en el mundo

Decía Jean Claude Juncker en su discurso sobre el estado de la Unión Europea de 2017 que sueña con una mayor libertad y solidaridad en Europa y en el mundo. Decía también que Europa debe liderar la lucha contra el cambio climático y que nuestra generación deje la Tierra como un legado de toda la humanidad para la que vendrá. ¿Son acaso de libertad y justicia las condiciones de muchos trabajadores y la extraordinaria contaminación que en muchas ocasiones se producen en terceros países en la producción de bienes de consumo que más tarde terminan en Europa? ¿No es acaso una flagrante hipocresía el hecho de que el parlamento europeo arranque en aplausos tras las palabras del presidente de la Comisión Europea mientras la gran mayoría de la población y de los representantes políticos miran hacia otro lado ante esta realidad?

La UE ha conseguido instaurar progresivamente en el área medioambiental una política de cooperación multinivel que no deja de crecer y que constituye un derecho comunitario cada vez es más estricto de obligatorio cumplimiento para sus países miembros. Muchos estamos convencidos de que el camino en esta área tiene por delante un largo recorrido, pero también es cierto que la eurozona supone en este campo un territorio avanzado en comparación con otras regiones del mundo en diversas facetas.

Tampoco en el área social Europa ha llegado a ser el paraíso prometido de la igualdad y los derechos sociales; a pesar de ello, también es indiscutible el avance que supone con respecto a otras naciones el hecho de que los países miembros estén obligados a cumplir diferentes convenciones como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Convenio Europeo de los Derechos Humanos, la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea o diversas normas nacionales y/o comunitarias que protegen el cumplimiento de unos ciertos derechos mínimos para las personas dentro de nuestras fronteras.

Pero más allá de entrar a discutir la política y los derechos sociales y medioambientales dentro de la Unión, que con seguridad son bastante discutibles, parece todavía más discutible si cabe el hecho de que Europa se quiera vanagloriar de una forma totalmente prepotente como el adalid de los valores sociales y medioambientales en el mundo. ¿De qué sirve esta actitud de faro de la humanidad si después te permites comerciar con países con una legislación totalmente laxa (o inexistente) con la esclavización de sus habitantes y el destrozo ambiental de su territorio? ¿De qué sirve alardear de tus “duras” leyes si después permites que tus empresas y aquellas que operan en tu territorio desarrollen su trabajo sucio de producción allí donde las condiciones le son favorables? ¿De qué sirve proteger a tu ciudadanía y tu territorio a costa de explotar y destruir más allá de tus fronteras?

En su discurso sobre el estado de la unión, Juncker hablaba de mirar al futuro de Europa, de que Europa sea el ejemplo de la humanidad, la inspiración de un mundo de paz y justicia dentro y fuera de nuestras fronteras. No es difícil estar de acuerdo con Juncker ni emocionarse con estas palabras, pero a día de hoy, Europa está muy de ser lo que dice querer ser. Si Europa quiere cumplir con su palabra, y ser consecuente con lo que dice ser su objetivo, debe comenzar por dejar de ser la muleta en la que se apoyan estados y empresas que rompen con la sostenibilidad social, económica y medioambiental a lo largo del globo. De nada sirve la importantísima tarea de avanzar hacia una Europa mucho más sostenible e igualitaria, si no dejamos de dar amparo a aquellos que fomentan la destrucción y la injusticia a lo largo del globo.

No podemos ser tan etnocentristas como para pretender dictar las normas de otros países, pero tampoco podemos ser tan injustos con la humanidad dejando la tierra y las personas a merced de regímenes y empresas sin ningún tipo de valores morales. Esto significa que cada lugar debe regirse por unas normas sociales y medioambientales adaptadas a su contexto, y que debe avanzar a su ritmo, les debemos ayudar y no tutelar a conseguir sus metas, pero también debemos ser proporcionalmente severos con aquellos que quieran introducir sus productos dentro de nuestras fronteras, sean estados o sean empresas.

Desde un punto de vista medioambiental, lo más eficiente sería que cada región del mundo intentase aprovechar al máximo sus recursos locales y así conseguir disminuir el transporte global de mercancías, que, al nivel en que se encuentra a día de hoy, supone una carga fatal para nuestro planeta. Pero al mismo tiempo, desde una perspectiva realista, sería infantil pensar que de la noche a la mañana vamos a conseguir desmantelar (total o parcialmente) el comercio internacional, además del hecho de que muchas de las materias necesarias en nuestra sociedad no se encuentran en todas las regiones. Aceptando pues, la continuidad del comercio internacional, Europa debería asumir con celeridad la creación de unos estándares mínimos, pero rígidos, de cumplimiento de normas laborales y medioambientales que deberán cumplir todos aquellas naciones y empresas que quieran introducir productos en nuestras fronteras.

Ricardo Suárez
Miembro de EQUO Sevilla

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