Ha habido unos años en los que en la Plazuela ha habido tres reinas. Por un lado la más bonita de todas, la de los ojos brillosos y todopoderosos, la del manto verde, la Esperanza de la Yedra, la Reina de la Mañana. En el centro, justo a unos pasos de la puerta de la ermita, la Reina de la Bulería, La Paquera de Jerez, con su estatua inaugurada en 2009 con la firma del escultor Sebastián Santos. Y la otra reina, la de la alegría y el compás, la de las ganas de vivir, la Reina de la Sonrisa, Juana Vargas Heredia.
En la noche del jueves 27 de abril se marchaba para siempre esta gitana a la edad de 87 años. Llevaba unos meses con achaques que fueron agravándose en las últimas jornadas, ya en el hospital. Pero a Juana habrá que recordarla como lo que fue, un auténtico alma singular lleno de energía. Era pura de la Plazuela, abarcando por supuesto el Cerro Fuerte, donde nació, y el Campillo, muy devota del Cristo de la Expiración y la Virgen del Valle. Era de las que bailaban y cantaban por bulerías nada más que sonaran unas palmas, aunque no fuese artista ni tampoco una gran intérprete. Era su manera tan jerezana de proceder la que le abría las puertas de todos los sitios. El ángel, esa gracia natural y picaresca fruto de una época donde los vecinos de San Miguel compartían anafe y cuartos de baños.
Tal impulsiva era que en sus últimas visitas a la Peña La Bulería, soltaba su muleta y se arrancaba a compás en cualquier momento. Era muy querida en el barrio porque no pasaba desapercibida, era una persona que llamaba la atención sin pretenderlo. Cientos de anécdotas inundan mi memoria, todas ellas bañadas por lo que os cuento, por la risa.
La conocí en el número 4 de la calle Berrocalas, San Miguel, donde nací. Allí, en ese patio de vecinos vivía Elena, una señora mayor de pelo blanco y poca estatura que era cuidada por sus hijos, uno de ellos era José El Mena, casado con Juana y que nos dejó también hace unos años. Desde entonces Juana siempre estuvo en mi vida presente porque no había fiesta en la que no estuviera, sobre todo cuando se casaba, bautizaba o celebraban los dichos algunos de su gente de los Pastillas. Era tan inquieta que siempre ponía orden en el coro, mandaba a callar o quitaba a los niños chicos del medio si molestábamos. Una polvorilla.
Presumía de tener ocho apellidos gitanos: Vargas, Heredia, Romero, Estrada, Filigrana, Vargas, Cortés... y un octavo que no logramos recordar porque los decía de corrido bastante ligero. Vivió durante una época en la barriada San Juan XXIII, a donde la llevamos en un taxi en una noche de domingo después de pasar el día en una fiesta con Moneo, Mijita, Barullo, Tío Chico y mi abuela Luisa La Torrán. Nos llevamos más de una hora esperando un taxi en el camino de Albadalejo, por Barbadillo, y hasta los vecinos salieron a altas horas de la noche ante la risa que teníamos allí por mor de las ocurrencias de Juana. Pasó a vivir en la última etapa de su vida, desde hace casi veinte años, en el número 4 duplicado de la Plaza Nuestro Padre Jesús de la Sentencia.
Durante unos años celebró su zambomba tradicional y flamenca en la puerta de su casa, con nuestra gente de los Cortijo, Rosa Moneo y el resto de mujeres del barrio. Nadie hacía presagiar lo que allí se formaría de gente y de familias flamencas que volvieron a la Plazuela para la ocasión. También nos convocaban a una convivencia de verano, con muchos pescao frito. En medio de la Plazuela, insisto. Pasaban los coches y miraban porque no era normal el colorido y la elegancia.
“Tú me canta y yo bailo”, “tócame las palmas que voy a echar un cantecito”… alguna de sus frases más repetidas. O la de “¿quiere una copita de aguardiente?”. Así era Juana, con ganas siempre de comerse el mundo. En Navidad montaba el Portal de Belén más auténtico que he visto en mi vida, lo mismo podía sorprenderte con un niño Jesús vestido de traje de lunares que podrías encontrarte a un pastor con la ropa de bacalao del Cristo o un clip de famobil.
En verano de 2018 pudo cumplir su sueño, el de bailar en un gran escenario. La Peña La Bulería la incluyó en el cuadro de los mayores del barrio junto con El Zorri, EL Chusco, El Cañero o El Morito, entre otros, para un Viernes Flamencos en el Alcázar de Jerez. Juana se puso guapísima, con un traje de lunares y un mantón rojo. ¡Cuánta jerezanía!
Siempre tenía en la boca a su prima la Paquera, a la Chati y a la Paqui, a María José Santiago… a los suyos. Recuerdo otra ocasión en la que La Chati la recogió en su casa para llevársela a la Guarida del Ángel, donde cantaba Lole Montoya. Luego estuvieron cantando toda la noche y riéndose con las cosas de Juana. Íbamos a la playa un autobús de La Plazuela y ella llevaba varios macutos: el de la comida, el de los trajes para cambiarse y el de los sombreros para ponerse. Muchos lunares y lazos. Son muchos recuerdos los que me acompañan en esta mañana de viernes en la que un lazo negro preside La Plazuela de Jerez que se queda sin una de sus reinas. La última vez que la vi fue hace unas semanas, antes de Semana Santa, en el domingo de Veneración del Señor de la Sentencia, sentada en su puerta. A su familia, el más caluroso abrazo en estos duros momentos.
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