Decir Casablanca es decir cultura, compromiso, inquietud por ir más allá, por sumar y por hacer más Alcalá. Así lo entendió hace mucho tiempo un madrileño que fue a recalar en Alcalá la Real a mediados de los ochenta, con el sueño de comenzar algo nuevo. Tras una primera etapa en el Paseo de los Álamos, en el año 1994 iniciaba su andadura en el local hoy conocemos. En febrero se cumplirán 30 años, algo que, por desgracia pocos locales pueden decir en nuestro municipio. Su alma máter nos habla de la nostalgia de aquellos tiempos, y del momento actual.
Café Musical Casablanca cumple 30 años. En este tiempo, se ha convertido en un local señero no solo en el terreno del ocio nocturno en Alcalá, sino que se ha convertido en todo en un emblema merced a su intensa actividad cultural. Pero, comencemos por el principio. ¿Cómo surge la idea de crear el Café Musical Casablanca? Yo soy de padres andaluces, y queríamos salir de Madrid, a mediados de la década de los ochenta, cuando la reconversión industrial. En Madrid la situación económica por aquel entonces estaba bastante deprimida. La verdad, queríamos buscar un sitio más tranquilo, donde comenzar un nuevo proyecto, aunque no teníamos claro si sería en el norte o el sur. Conocía Alcalá por referencias, estaba bien, tenía ambulatorio, institutos. Por tanto, si tenías hijos, podían crecer aquí. Era echar a andar y ver qué resultado iba teniendo. Elegimos el nombre de Casablanca como podíamos haber elegido otro cualquiera. Era un nombre fácil de recordar, y de hecho hay muchos locales que llevan este nombre.
¿Qué recuerdos tienes de aquellos primeros años, la década de los noventa, cuando esta zona de Alcalá aglutinaba aún numerosos locales de ocio? Comenzamos enfrente de Capuchinos, en el Paseo de los Álamos, en un local que ahora está cerrado. Fue en 1987 y recuerdo que era justo antes del Día de la Virgen, cosa que yo no sabía. Regalé nueve barriles de cerveza y pensé que si aquello siempre era así, íbamos a necesitar contratar a una buena plantilla. Era un bar de tapas, y dábamos comidas, de hecho iban muchos chavales de la SAFA a comer allí. Sería más tarde cuando iniciara el concepto de local de copas. Ya en aquel local comenzamos a tener proyectos culturales. Por aquella época no se leían periódicos en los bares de Alcalá y nosotros teníamos cuatro periódicos, al estilo de los típicos cafetines antiguos en Madrid. Pusimos un tablón de anuncios, para que la gente pusiera anuncios de compras, ventas o lo que quisieran. Comenzamos a hacer alguna exposición, algún concurso de diapositivas, y otras iniciativas relacionadas con la cultura. No teníamos televisor, como había en otros bares, sino fundamentalmente música de grupos de la Movida Madrileña. Recuerdo que el paseo era muy divertido. Ahora la gente de Alcalá apenas está en el paseo. A veces entraba mucha gente a la salida de misa, cosa que ahora no ocurre, debe ser porque no hay feligreses o algo pasa. Los domingos, especialmente, tenías que estar preparado porque había buenos golpes de gente.
En 1994, Casablanca se traslada a su actual ubicación. ¿Por qué este cambio? Había dos cuestiones. Una, que el alquiler era bastante elevado. Yo venía acostumbrado a precios de Madrid y acepté al principio un precio demasiado alto, que iba subiendo. Era muy costoso. Cuando llevaba siete años y había amortizado lo invertido en obras, le planteé que me lo vendiera porque quería reformarlo, pero el dueño me dijo que no. Entonces decidí buscar un local más amplio, puesto que lo que yo quería era dejar a la gente consumir tranquilamente, no obligar a consumir, y la verdad que necesitábamos espacio para la cantidad de clientes que tenía. Estaban comenzando a construir esto. Concretamente esta calle estaba en pleno apogeo. Estaba funcionando el Anubis, la Bolera, la Belle. En principio, aquí iban a hacer tres oficinas. Entonces paré el proyecto y compré el espacio de las tres oficinas. Diseñé cómo quería el proyecto junto a Juan Francisco Almazán. Hicimos un local que treinta años después sigue siendo plenamente actual.
Era la verdadera zona de la “movida”, por aquella época, ¿no es cierto? Totalmente. Venía incluso gente de Granada a divertirse a Alcalá, y por supuesto de los pueblos de los alrededores. Por desgracia, la noche en Alcalá ha ido en declive. Murieron las discotecas, y una vez que murieron estas, la gente dejó de venir porque desapareció el atractivo de la noche. De hecho, si te das cuenta, ni siquiera hay restaurantes en Alcalá. Es un momento muy complejo para la hostelería, y de hecho muchos bares no abren ya por las tardes porque no les merece la pena.
¿De dónde nace tu compromiso con la cultura y la idea de hacer de Casablanca mucho más que un pub? Nace de mi inquietud de no ser solamente camarero, que eso lo sabía perfectamente hacer y era suficientemente profesional. Pero quería tener un proyecto paralelo a la vida. Me había trasladado a un pueblo que no era el mío y de alguna manera quería demostrar que había venido para quedarme y para aportar, y pensé que esa sería mi forma de aportar al pueblo de Alcalá. Yo traía la mente bastante más despejada, porque el pueblo me daba la sensación de que vivía diez años atrás. No acababa de entrar la democracia y era muy extraño, digamos que no estaba muy asentada aún, como por otra parte sucedía en cualquier zona rural. Quizá por eso tuvo tanto éxito aquel primer local, ya que era una forma de democratizar un poco la sociedad, porque allí se reunía gente de todo el escalafón social, jóvenes y mayores, y convivían correctamente. No sé si eso se daba antes, pero creo que algo sí que aportó en aquel momento.
Casablanca puede presumir de contar con una de las clientelas más fieles de Alcalá. ¿Qué podrías contarnos de esa comunidad, de esa especie de familia que se ha creado en torno a Casablanca? Es cierto, lo que pasa es que de esta clientela, hay ya un par de generaciones que no viven aquí. Son gente con carreras y no tienen sus trabajos aquí. Se les ve en diciembre, en Semana Santa o en las ferias. Los jóvenes han dejado de tener esta cultura de ir a los pubs, y por otra parte, los jóvenes que quedan en Alcalá son adolescentes. Los demás, los que hay a corre-turnos en las fábricas dudo que tengan mucho tiempo de ocio. En cuanto a los demás, en cuanto terminan el instituto, se van fuera a estudiar. Estudiar fuera ha cambiado respecto a lo que era antes. Antes era normal que los jóvenes vinieran los fines de semana, o en fines de semana alternos, porque en el pueblo había vida y diversión y se juntaban todos los antiguos amigos, que estaban en Málaga o en Granada, pero al retornar al pueblo semanalmente se volvían a ver. Su ocio lo tenían en el pueblo. Ahora se quedan en la ciudad en la que están estudiando, porque no les merece la pena venir. El comentario general entre los jóvenes es que “en Alcalá no hay nada”, cuando esto no es cierto. En Alcalá hay. Poco, pero algo hay. Y hay gente que estamos trabajando por que no se acabe de morir.
A lo largo de estos treinta años, a buen seguro, también habrá habido momentos mejores y peores. ¿Recuerdas alguno en particular? Mi mejor recuerdo es el de mis clientes recogiendo el premio Hércules, en 2010. El premio era para Casablanca pero ellos se sentían completamente partícipes de ello. Ellos habían generado actividad, habían hecho música dentro del local, habían hecho exposiciones. Se había creado una especie de familia, y de hecho muchos de ellos se conocen porque se veían aquí. En cuanto a momentos difíciles, quizá uno de los peores recuerdos que tenga es cuando la Policía Judicial vino a detener una proyección de una película de cine, que alguien del pueblo había denunciado anónimamente. Aquí se estuvo proyectando cine, todos los lunes, durante un montón de años, porque no había cine en el pueblo. Llegan seis agentes, dos de Madrid, dos de Sevilla y dos de Jaén, y me dicen que era un delito penal contra la propiedad intelectual, y pedían de dos a cuatro años de cárcel. Fue un verdadero despliegue teniendo en cuenta que había seis clientes viendo la película, con lo cual llenaron más ellos el local. Este proceso duró dos años. El penal de aquí lo sobreseyó, puesto que yo pago mensualmente por derechos de autor. No se vio delito, ya que no había cobro de entradas, no había obligación de consumir, nada. De hecho, demostré mediante los tickets de caja que los lunes era el día que menos vendía, puesto que, al estar la sala a oscuras para proyectarse las películas, ese día había gente que dejaba de venir. En realidad, por tanto, generaba pérdidas. En fin, fue, en definitiva, uno de los recuerdos más desagradables. Por fortuna los ha habido más divertidos.
¿Cómo se va a celebrar este treinta aniversario de Casablanca? Pues la verdad es que vamos a estar todo el año de aniversario. Quiero generar más actividad de la normal. Por lo pronto tenemos previsto convocar un concurso de pintura, que será una de las principales actividades. En febrero, seguramente, para recordar el momento exacto en el que inauguramos aquí, abriremos a mediodía, como un local de tapas, como era al principio.
¿Cómo ves el futuro? La verdad, no sé de qué manera de podría volver a generar esa dinámica de vida en Alcalá, si es que se quiere volver a generar esto. Si se quiere potenciar el turismo y no tienes restaurantes, es complicado. Al menos, hoteles y casas rurales tenemos más, cosa que antes no había, pero hacen falta restaurantes. En cuanto a la noche, sitios como Casablanca tienen que seguir existiendo, porque es donde nos relacionamos. Aunque sea un negocio y hay que hacerlo rentable, creo que también estamos prestando un servicio. Creo que, entre todos, deberíamos seguir empujando a ver si este marasmo cambia. Es cierto que estamos en un año malo, porque hace dos años que no llueve y esto afecta, deja una tristeza extraña en la sociedad. Esto por no hablar de la inflación, que provoca que haya mucha gente a la que el sueldo ya no le llega. Pero bueno, hay que seguir apostando.