Iván Benítez: “De la pandemia no hemos aprendido nada”

Publicado: 18/11/2021
Entrevistamos a Iván Benítez, que presenta este viernes en Alcalá el libro “El mundo del revés: la pandemia desde los ojos de una niña de cinco años”
Fotoperiodista que ha estado presente en algunos de los peores conflictos del mundo, guiado desde muy joven en esta pasión por el célebre J.J. Benítez, su padre, Iván Benítez, a quien une por vía conyugal un fuerte lazo con Alcalá la Real, presenta este viernes en el Aula Magna de Capuchinos (20 h), su último libro "El mundo del revés: la pandemia desde los ojos de una niña de cinco años", en el que nos muestra la vivencia del confinamiento desde los ojos de su hija. Hoy lo entrevistamos para conocer más sobre su trayectoria vital y sobre la génesis de esta obra. 

Presentas en Alcalá la Real “El mundo del revés: la pandemia desde los ojos de una niña de cinco años” (Aula Magna de Capuchinos, viernes, 19 de noviembre, 20.00 h). La primera pregunta que nos surge es inevitable. ¿Qué papel juega Alcalá en esta historia, qué vínculo existe? Mi pareja, Marta de la Torre Fuentes, nació en Alcalá la Real, y mis hijas, Helena y Vera, remanecen de aquí. Aquí viven la abuela Mari, el abuelo Paco, tíos, sobrinos, nuestros amigos… ‘El mundo del revés’ forma parte de sus calles. Aquí precisamente se terminó de escribir el libro. A este lugar le debo lo mejor de mi vida.

¿Por qué decides plasmar en un libro la experiencia de la pandemia y el confinamiento desde la perspectiva de Helena, tu hija, una niña de cinco años? Nos encontrábamos en un momento de caos y falta de información. Las noticias llegaban a paladas, incluso contradictorias, y las lanzaban los organismos internacionales y líderes políticos. Fue un periodo en el que nadie sabía nada, a pesar de que los medios de comunicación llevábamos meses informando de la evolución de la transmisión del virus en China e Italia. Pero nadie quiso mirar de frente al problema. Y la ola nos aplastó. En España han muerto hasta mil personas al día, no lo olvidemos. Fue un periodo, insisto, en el que la covid-19 sacó a la luz una sociedad construida sobre cimientos de barro. Nuestros mayores fallecían solos en residencias, hospitales, en sus casas. Sin despedidas en tanatorios y cementerios. No había mascarillas ni ropa de protección para los sanitarios, ni siquiera oxígeno. Las empresas españolas tuvieron que adaptarse al teletrabajo, cuando en el resto de Europa llevaba años ejerciendo este derecho. La pandemia de la covid-19 dejó al descubierto un país enhebrado durante años con hilos chamuscados. Y la mayoría de estos hilos se rompieron. Bueno, solo aguantaron los de la solidaridad individual. Gracias al esfuerzo de la sociedad civil se pudo recuperar el pulso. Y en Alcalá la Real hay muchos ejemplos. Desde los comerciantes de alimentación que llevaban las compras a las personas más vulnerables a sus casas, sanitarios que se entregaron sin medidas de protección, etc. Y todo esto ocurría mientras que la información entraba en barrena en el confinamiento de los hogares, sin filtros, sin análisis rigurosos, sin anestesia. Sin tener en cuenta que al otro lado de los tabiques había niños y niñas. Unos pequeños de los que nadie hablaba y a los primeros que se les sacó del colegio, de sus rutinas, de sus juegos… De un día para otro. Y necesitaban respuestas y los periodistas solo hablábamos de muertos. Pues bien, entre esos pequeños estaba Helena.

¿De esa etapa, qué te sorprendió más de su manera de afrontar algo tan inédito y extraño como lo que estábamos viviendo? Fue una época en la que no podía arriesgar a salir a la calle y contagiarme porque Marta estaba embarazada de ocho meses. Pedí permiso para trabajar desde casa y durante las semanas me recluí. Durante este tiempo me di cuenta de que los medios de comunicación solo llegaban al umbral de los hogares, a los balcones, sin dar un paso más allá. En este contexto, encerrados sin balcón, empezaron las primeras preguntas de Helena. Los niños y niñas de este país han sido y son durante esta pandemia los grandes olvidados. Insisto en esto, una y otra vez, porque se les sacó de los colegios y se precintaron los parques antes que los bares. Y ellos lo han aceptado. Han respetado las normas de manera escrupulosa hasta hoy, que vuelven a ser los últimos de la cadena. De hecho, no se les ha vacunado y continúan jugando con las mascarillas en el patio, cuando en un campo de fútbol se concentran miles de personas sin protección. Y qué voy a decir de las discotecas… Pues eso, el mundo del revés.

Dices que la idea inicial no era la de publicar este libro, pero que lo haces porque la sociedad está olvidando. ¿Es posible que esto ocurra cuando aún ni siquiera hemos dejado atrás la epidemia? Por supuesto, que el lector haga un ejercicio mental y trate de recordar cómo vivió los primeros 101 días del estado de alarma. Seguramente muy pocos recordarán detalles de lo vivido. Y eso que fue un periodo histórico el que vivimos. Pues bien, este es el objetivo de ‘El mundo del revés’, ayudar a recordar. Creo que este es un libro para el futuro. Hoy todavía no estamos preparados para asimilarlo. En la calle noto ansiedad por recuperar el tiempo perdido, tristeza, frustración y agresividad. No somos realmente conscientes de lo afortunados que somos al nacer en esta parte del mundo.

¿Cómo crees que nos ha cambiado la epidemia, si es que crees que esto ha sucedido? ¿Qué hemos aprendido de todo esto? Levantemos la mirada y comprobemos si hemos avanzado. ¿Acaso las empresas han prolongado los contratos a todos aquellos que incorporaron de manera eventual para trabajar desde la primera línea de la pandemia? Este solo es un ejemplo. No, no se ha aprendido nada.

Al margen del tema central del libro, la de Iván Benítez es, de por sí, una vida apasionante. Por su profesión de fotoperiodista, has tenido el privilegio de ser testigo de algunos de los conflictos más sangrantes de las últimas décadas y viajar a algunos de los lugares más conflictivos de la tierra. ¿Cuál de estas experiencias te ha marcado más y por qué? Cada viaje marca a fuego, pero supongo que Siria es el país que hoy llevo en las alforjas de mi vida cotidiana. Desde 2018 he viajado en tres ocasiones a esta zona, allí he descubierto la vida en mitad de la guerra. La gente se levanta todos los días a trabajar en un país donde la mitad de la población ha huido desesperada. ¿Otro país? En Sudán se me murió en brazos un niño alimentado con el pienso animal que se enviaba de Europa. Las madres lo mezclaban con agua.  Aún puedo sentir su piel y huesos.

¿Qué es aquello que compensa a un profesional del periodismo exponer su propia vida y a veces perderla, como estamos acostumbrados a ver en lugares como México o países del norte de África? Estoy felizmente casado y soy padre de dos niñas maravillosas que me tienen loco, así que no pretendo jugarme la vida por todo el oro del mundo. Solo aspiro a contar lo que sucede en lugares donde los conflictos se han vuelto invisibles. Un periodista vale más vivo que muerto. Entonces, ¿por qué lo hago? Sencillamente, porque donde viajo me encuentro con familias como la mía, hijos e hijas como los nuestros. Nacer aquí o allá marca la diferencia y hasta donde yo sé nadie elige el lugar. Por eso lo hago. Creo que en una situación de desesperanza parecida, me gustaría ver llegar a un paracaidista-periodista que se dedicara a escuchar. Al despedirme de estas personas, personas -subrayo esto porque a veces me parece que a los medios de comunicación lo pasan por alto-, solo me piden que no les olvidemos. Y esto es precisamente lo que trato de hacer con mi trabajo, no olvidar.

Al igual que la primera pregunta de esta entrevista era inevitable, la última también lo es. ¿Qué ha supuesto para ti ser hijo de J.J. Benítez y cómo de alargada es su sombra para ti? Más que sombras alargadas, para cualquier hijo un padre y una madre son faros. En mi caso, he tenido la suerte de poder viajar a su lado por todo el mundo y descubrir de su mano el misterio del ser humano. Además, me ha enseñado que nada llega del cielo si no hay constancia, disciplina, trabajo, rigor, generosidad, bondad, paciencia y valentía. Él fue quien me animó por primera vez en mi trayectoria profesional, con apenas 20 años, a subir a un avión, hacerme pasar por misionero y entrar en Sudán para denunciar el genocidio que el fundamentalismo islámico estaba llevando a cabo con las comunidades cristianas. Estaba tan asustado en aquel primer viaje, que mi madre, Raquel, me ayudó a prepararme la mochila. No podía ni doblar la ropa. “Un padre y una madre deben dar alas y raíces a los hijos”, creo que solía decir el reportero David Beriáin al hablar de sus padres. Pues bien, estas palabras me marcaron profundamente, quizá porque las identifico también con mis padres.

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