Años atrás, la entonces ministra de Igualdad, Bibiana Aído, me comentó en el acto del centenario de la Asociación de la Prensa de Cádiz que lo peor que había observado de sus primeros meses al frente del ministerio que le encargó dirigir el ex presidente Zapatero era la mirada despreciativa que desde Madrid y otros territorios dedicaban a Andalucía. Lamentaba también lo poco que, en ocasiones, se hacían respetar algunos andaluces y ponía un ejemplo muy gráfico: “Solo hay una cosa más ridícula que un madrileño imitando nuestro acento: un andaluz que oculta el suyo y simula que habla un perfecto castellano”.
Han pasado nueve años y estas conductas acomplejadas de muchos andaluces hacia sus señas de identidad y hacia Andalucía siguen cayendo como bombas racimo sobre la imagen de nuestro pueblo. Como si no nos hicieran ya suficiente daño los pseudo-bloqueos mentales que desde fuera arrojan tópicos injustos contra nuestra tierra, encima no ofrecemosdesde Andalucía una imagen real de lo que somos, lo que hacemos y lo que ansiamos.
En los últimos tiempos, cuanta más unidad precisaba Andalucía para neutralizar los ataques del clasismo territorial más obsceno -que, por cierto, encontró su caldo de cultivo perfecto en el desprestigio de las autonomías a las que el Estado se encargó de señalar sin ningún dato como el chivo expiatorio de casi todos los males capitales de la crisis-, muchos más andaluces de lo que pudiera imaginar han sucumbido ante esta corriente supremacista que obliga a Andalucía a plegarse porque es la única culpable de su atraso.
Son andaluces que, consciente o inconscientemente, no respetan a Andalucía: andaluces que identifican obtusamente la defensa de Andalucía con un entreguismo al Gobierno socialista de la Junta; andaluces que se creen mejores andaluces cuanto más derrotistas sean confundiendo la necesaria crítica y autocrítica con generalizaciones falsas; andaluces que despotrican de la sanidad y la educación elevando la anécdota y los errores -que los hay- a categoría; andaluces que no se rebelan ante la discriminación y la injusticia; andaluces que son sucursalistas de sus líderes políticos nacionales; andaluces que encumbran a salvapatrias del Derecho y la comunicación que hacen un daño descomunal a Andalucía; andaluces que presumen de la indolencia y la sopa boba del andaluz; andaluces que despotrican del PER cuando es una minucia comparado con las ayudas que recibe la industria textil, la automoción o la minería; andaluces profesionales que se hacen los más chistosos, los más cofrades y los más fiesteros, etc… Andaluces, en definitiva, que no respetan a Andalucía.
Posdata: Quedan 639 días para que finalice el injusto peaje de la AP4.
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