Acento andaluz

Papá o Mamá, ¡quédate conmigo!

En este tema, el amor y el desamor compiten salvajemente para esquivar el precipicio de la soledad...

Perdón si no supe decir que lo eras todo para mí. Perdón por el dolor. Perdona cada lágrima. Yo sé que no merezco más. Pero si no te tengo aquí, no sé vivir. Quédate conmigo. No te vayas. Quédate conmigo. Si no estás, no sale el sol”. Así comienza la arrebatadora canción de “amor verdadero” que defendió la sevillana Pastora Soler con brillantez y un caudal desmedido de pasión en el Festival de Eurovisión en 2012. En este tema, el amor y el desamor compiten salvajemente para esquivar el precipicio de la soledad.

Pocos títulos como Quédate conmigo reflejan más la necesidad casi vital de la compañía. Lo suplica una pareja despechada en un último intento para evitar la ruptura. Pero también lo pide un familiar en la angustia, un amigo a otro en un momento complicado o un compañero de trabajo o de juerga que necesita ayuda. Con todo, el mayor desgarro se siente cuando una hija o un hijo te implora: Papá o Mamá, ¡quédate conmigo!

En ese momento, sólo la obligación te separa de tu criaturita, sin que el deber te mengüe un devastador sentimiento de culpa al recodar el llanto de tu niña o su cara de decepción porque te fuiste. Te reclama y no puedes responderle como es su deseo. Te marchas y no dejas de mirar el reloj para volverla a ver, tocarle la carita, zampártela a besos, escuchar sus aventuras en el colegio, conocer sus primeras filias y fobias, y cogerle la manita de ternura porque te ha pedido con su aún media lengua: “Puega (Juega) conmigo”. Te sientes en deuda con ella, pero no como peaje paternal, sino porque quieres reponer en unos minutos las horas que perdiste. Te engañas y crees que ya has cubierto el vacío que le dejaste anteriormente, pero ese tiempo nunca volverá. Nunca lo recuperarás.

Todos estos sentimientos lastimosos se agigantan cuando tu guerrera-o está débil por un catarro, una otitis o una infección de garganta. No estar con ella en esos momentos te atormenta. Pues no quiero imaginar el dolor que deben sentir unos padres si la gravedad se adentra en el pequeño cuerpecito de su enano-a.
Una decisión política, que ha pasado casi desapercibida por el conflicto catalán, cambia por completo el tiempo que podrán dedicar los padres a sus hijos malitos. La Junta amplía a los empleados públicos el permiso retribuido para no trabajar y cuidar el tiempo necesario a sus vástagos con cáncer o enfermedad grave. Gracias a esta medida, que debería ser Ley para todos los trabajadores, esos pequeños, cuando digan: Papá o Mamá, ¡quédate conmigo!, escucharán la respuesta deseada: Claro, amor mío, aquí estoy contigo.

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