“El periodismo es el mejor oficio del mundo”, sentenció años atrás el malogrado Gabriel García Márquez. Una opinión que ha inoculado también la mayoría de periodistas, a pesar, sobre todo, del lastre de haberse convertido por sistema en el saco de boxeo al que políticos, poderosos y falsos salvapatrias propinan una extensa variedad de golpes. A todos los que menosprecian a los ‘plumillas’ les advertiría de la gravedad de sus ataques toda vez que, como diría el maestro Ryszard Kapuscinski, “para ser periodista hay que ser buena persona ante todo”. Así que embisten a güena gente que desempeña una profesión encomiable.
Por tanto, nos enfrentamos a una pregunta tan obvia, como inexplicables las respuestas posibles: ¿cómo pueden arremeter contra ‘las almas caritativas’ a la par que formidables profesionales que habitan en las redacciones? Alejado –les garantizo- de un ejercicio de corporativismo, sólo se me ocurre responder que los francotiradores viven sumidos en una ignorancia formidable.
A los periodistas les han tildado y les han acusado históricamente de todo: mentirosos, vendidos, calumniadores, indocumentados, farsantes, sectarios, partidistas, parciales, ignorantes y un largo etcétera. Como el refranero anticipa que a cada cerdo le llega su San Martín, los comunicadores han sido también agredidos físicamente, laboralmente -¡cuántas veces han pedido con éxito sus cabezas a los directores o dueños de los medios!- e incluso jurídicamente –con requerimientos notariales y querellas-.
A todo esto, nos habíamos acostumbrado los periodistas, como si fuese un peaje que debiéramos pagar por tener el enorme privilegio de disfrutar de tan primorosa actividad. Aguantar lo que hemos aguantado, sin rechistar, sin responder, encajando golpes sin devolverlos, sin dar una respuesta conjunta de condena, permitiendo que los insultos les salieran gratis a los agresores, no ha servido para que disminuyan los ataques, sino que han aumentado por parte de nuevos actores que se creen en el derecho de meter zamarreones cada vez que los periodistas les resulten incómodos.
Esta columna podría ir dedicada a políticos, empresarios y deportistas que, desde su ‘poder’ institucional, mediático y económico se enfrentan en una clara superioridad de condiciones a los periodistas. Pero no. Va dedicada en exclusiva al ínclito doctor Jesús Candel, quien ha incorporado una nueva modalidad de descalificación: los ataques a la vida privada y a la tendencia sexual. Así lo hizo para cuestionar las informaciones sobre las contestadas fusiones hospitalarias granadinas que ha venido firmando el jefe de informativos de Radio Granada de la Cadena SER, Rafa Troyano. Lo que no sabe Spiriman es que no ha insultado a este enorme periodista. Se ha insultado a sí mismo: ¡Homófobo!