Esta semana he vuelto a recordar una sabia reflexión del universal escritor brasileño Paulo Coelho: “La ignorancia se mide en la cantidad de insultos que se usan cuando no tienen argumentos para defenderse”. Enmarcaría esta frase y se la enviaría por correo urgente a la consejera de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia de la Generalitat catalana, Dolors Bassa. Esta destacada dirigente de Ezquerra Republicana de Cataluña denunció, nada menos que en un pleno del Parlament, que los niños que esnifan pegamento en Barcelona vienen de Andalucía, comunidad que “mira hacia otro lado y no atiende a estos menores”. Esta supuesta desatención provoca que estos chicos lleguen hasta la Ciudad Condal, según afirmó.
Este despropósito mayúsculo –que unió a todo el Parlamento andaluz en una declaración institucional que condenó estas declaraciones por “xenófobas y ofensivas” – no es un episodio aislado en las filas de ERC, una formación que, como reza la canción, no tiene por Andalucía amor, sino una obsesión. Tanto, que sus políticos han reemplazado a los populares madrileños y al ínclito Duran i Lleida en elegir nuestra tierra como el permanente saco de boxeo en el que desahogar sus limitaciones, frustraciones y, fundamentalmente, sus complejos con Andalucía y los andaluces.
En 2010, inició esta senda casi de subordinación existencial, lamentando que casi todos los males catalanes tengan su origen en el sur, el entonces presidente de ERC, Joan Puigcercós, cuando reivindicó la independencia de Cataluña usando el absurdo tópico de que Andalucía es la región que más pide y menos aporta. “En Andalucía no paga impuestos ni Dios”, expuso como único argumento para reclamar una Agencia Tributaria propia. Y, días atrás, el portavoz parlamentario Gabriel Rufián –insultando también a sus padres y abuelos andaluces– tildó de cacique a la presidenta de la Junta de Andalucía, elegida democráticamente por la comunidad más grande de España.
Tres ejemplos transparentes de que el insulto se sustenta en la ignorancia, la falsedad y la maldad con el único objetivo de descalificar el honor y la dignidad de la víctima, en este caso, de un pueblo, el andaluz, que puede adolecer de muchas cosas, pero de honor y dignidad nadie puede darle lecciones. Además, si yo fuera catalán, hubiera pedido hace años explicaciones a Puigcercós y ahora a Rufián y Bassa porque, como dijo el filósofo griego Diógenes de Sinope, “el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”. Y estos tres señores han deshonrado al noble pueblo catalán.
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