Puedo asegurar que mi pasión por el trabajo de José María García me llevó una noche de otoño hasta la Dirección General de la Policía. El simpar comunicador, que hoy ha recibido en San Fernando el Premio Nacional de Periodismo Pepe Oneto, concedido por el grupo Publicaciones del Sur, creó escuela entre los de mi generación.
Los babyboomers, que ahora nos preocupamos por el futuro inmediato de la hucha de las pensiones, nos acostábamos con García. Veníamos del inconfundible estilo de Héctor del Mar, locutor argentino que se desgañitaba con narraciones de goles interminables en Radio Intercontinental. Era la voz engolada y acicalada. De otra época. Un infarto apagó su voz cuando contaba 76 años. García fue contemporáneo de Héctor del Mar, pero era otra cosa. Tras su paso por la Ser, su irrupción con el programa SuperGarcía, en Antena 3 Radio, supuso un fenómeno inédito hasta ese momento en la radiodifusión española. Su forma de narrar, su lenguaje, su tono e incluso las broncas en directo a sus brillantes compañeros de equipo entre los que estaban Gaspar Rosety, José Manuel Estrada, Andrés Montes, Eduardo Torrico y Javier Ares eran señas de identidad de un personaje único en la comunicación.
Mi fiebre por García era tal que, junto a un puñado de descerebrados amigos universitarios, acudíamos de madrugada a Oquendo 23 a esperar a García y su equipo. Uno de los nuestros se escondía una grabadora dentro de su cazadora y le formulaba preguntas al comunicador. Posteriormente, con deleite, escuchábamos sus respuestas. Un viernes, de primero de carrera, vimos salir al dream team de Deportes de Antena 3, entre los que García no estaba ya que descansaba. Les saludamos y nuestra pasión por aquel grupo de admirados periodistas nos llevó a seguirles por las calles de Madrid. Nosotros en un pelotilla, ellos en un Mercedes. Nos poníamos en paralelo y gritábamos nuestra admiración. Ellos callejeaban y nosotros, a rebufo. No veíamos más allá del ejemplo de comunicadores que teníamos por delante hasta que cruzaron el coche en la calle y entonces sí vimos más allá. Vimos un cartel que ponía: Dirección General de la Policía. Corrieron hacia allí y volvieron acompañados de uniformes. Ellos pensaban que éramos UltraSur -les habían amenazado de muerte- pero, en realidad, éramos ultras de García.
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