Por lo inusual, me llama poderosamente la atención que en el plazo de un mes hayan dimitido, de forma sorpresiva, dos primeras ministras, las de Nueva Zelanda y Escocia, con argumentos parecidos. El 19 de enero, Jacinda Ardern asombró a los neozelandeses al afirmar: “soy humana, los políticos somos humanos. Lo damos todo, todo el tiempo que podemos. Y entonces llega la hora. Para mí, ha llegado la hora”. El 15 de febrero, Nicola Sturgeon dejó ojipláticos a los escoceses al explicar: “soy un ser humano, además de una política... en mi cabeza y en mi corazón sé que ha llegado el momento (de abandonar el cargo), que es lo correcto para mí, para mi partido y para mi país”. Ambas han demostrado carecer de apego al sillón ya que no existía una situación política que justificara una decisión de tal magnitud, aunque bien es cierto que la líder independentista escocesa estaba condicionada por la falta de apoyos en el seno de su gobierno y de su propio partido tras encadenar varios errores pero ni mucho menos era una posición límite.
Tras ambos ceses, mi pregunta es si entre las innumerables ventajas del liderazgo femenino como empatía, cuidado de las emociones, resolución de problemas y comunicación asertiva está también saber cuándo ha llegado el momento de marcharse y hacerlo de forma honesta. Evidentemente, no se puede generalizar. En nuestro propio país, tenemos el ejemplo de líderes femeninas incapaces de cesar en el cargo pese a existir argumentos contra su gestión como grandes errores o falta de coherencia. Estoy pensando, claro, en Irene Montero y en la ley del sí es sí. Pero sobre todas ellas -también las del Ministerio de Igualdad- existe una presión constante muy superior a la que sufre un hombre en el mismo cargo que, probablemente, las dos primeras ministras no quisieron prolongar.
Se les cuestiona prácticamente todo, hasta la forma de vestir o su comportamiento. Conviene no olvidar cómo la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, fue acusada de tomar drogas y abandonar sus responsabilidades por el mero hecho de aparecer bailando con unos amigos en una cena privada o cómo la propia Irene Montero ha sufrido acoso y descrédito por su relación con Pablo Iglesias. Sea por lo que fuera, tanto Ardern como Sturgeon se han ganado mis respetos porque han sabido ser elegantes y generosas hasta en el adiós.
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