La historia en Huelva siempre ha tenido un precio y está claro que en esta ciudad dicha historia se oferta al mejor postor, maquillándose tras absurdos escaparates difusos que sirven de carnaza para determinados intereses en los que dicha cultura histórica importa según el peso del bolsillo. Da igual si son cabezos, ruinas prerromanas, edificios significantes, fachadas y/o viviendas representativas de siglos pasados, al final de una u otra manera acaban olvidadas, enterradas o relegadas a un segundo plano. Así ha sido a lo largo de toda nuestra existencia, nuestra cultura ha sido vilipendiada y prostituida por nuestros propios paisanos, a los que el poder o llegar a tenerlo les ha causado esa enajenación mental selectiva de aquello que supuestamente defendían y que confrontaban hasta la saciedad, desapareciendo por completo de sus mentes cuando ya no es tan necesario “hacer el papel”.
Pero responsabilizar a otros de algo que verdaderamente le pertenece al pueblo, incluidos a ellos, es tan absurdo como ignorante, y lo peor de todo, es una comodidad patológica y enfermiza que nos está abocando al fracaso. Ya no hablo de la cultura en toda su expresión y forma, hablo de manera generalizada; nos importa todo un pimiento, y nuestro mayor esfuerzo se concentra en mover los dedos para transmitir un post que genere likes con cuatro frases cargadas de supuesta indignación. Hemos estado tantos años callados, aborregados y manipulados, que nos hemos acostumbrado a seguir al torito de la manada, sin importarnos de dónde vengan las cornadas ni dónde se clavan sus astas.
Huelva debería ser un enorme museo dinámico, activo y vivo, una ciudad llena de lugares emblemáticos en los que revivir nuestro pasado, creando un mayor interés hacia un débil turismo al que le seguimos arrancado las pocas opciones atractivas y atrayentes de las que podrían disfrutar. Nos gusta presumir de Ría, aunque siga manchada de talones en blanco. Se habla de la Isla Saltés, que pocos han visto, de enormes museos que siguen siendo una incógnita, y de la mejor vista del mundo en el Conquero, que sigue año tras año envuelta en humo. Y como todos, me ciño al guion marcado: termino mi crónica y yo ya he cumplido.
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