Con “Nimiedades” (Hiperión, 2021), obtuvo María Paz Otero el premio“Tino Barriuso”. Graduada en Medicina, es este el primer poemario de la autora madrileña (1995) y, en él, hay una sentida gramática de lo vivido, una constante promesa de todo aquello que se aleja, un mapa ennudecido a cuanto fue amor y entrega.
El yo lírico que sostiene estos versos dialoga de manera palpitante y concreta con una memoria que se sumerge, en ocasiones, en un azul de cálida dicha: “De ti he aprendido en poco tiempo/ a no hacer preguntas. Las respuestas/ llegan solas cuando entre la vigilia y el sueño/ insertas como un colibrí tu pico en la flor,/ bebes el néctar. Sigues durmiendo”. Sin embargo, en otras, despunta ese dolor que deja la ausencia o, simplemente, el peso de la vida: “Soledad que se abre en mi pecho como una grieta/ en la que quepo yo misma y en la que caben otras,/ tantas amantes”.
Dividido en tres apartados, “Antiguos lugares”, “Días vulgares” y “El tiempo que nos queda”, el volumen signa un recorrido unitario en cuanto traza la geografía de lo cotidiano, de lo mínimo que concede el diario acontecer. Y en ese itinerariose funden el gozo, la enfermedad, la muerte, la celebración…, en una suerte de vívida materia, de profunda verdad comunicada-recordando a Aleixandre- que María Paz Otero convierte en bella esencia. Porque su mirada se detiene y se prolonga sobre lo palpable y lo intangible y, así, sabe cómo hacer trascender la contienda que gira en torno a su realismo integrador: “Breve certero diminuto./ Aquel beso fue un dardo/ en el centro amarillo de la diana (…) A veces todavía me sorprende,/ en el bolsillo del jean, en la cartera,/ arrugado al fondo de la lavadora./ yo lo estiro de los bordes, resignada,/ lo tiendo al sol con el resto de la ropa”.
Sabedora de que la edad es una noria que devuelve siempre las voces del ayer, la poeta asoma sus ojos por los territorios y protagonistas que son aún latente verdad. Sus acordanzas llevan de la mano hasta un invIerno en Egipto, un verano en casa de la abuela, un día de lluvia cerca del Louvre…, y, en ellos, “siempre eres tú el centro”, el hilo grueso de una historia que alienta la cromática certidumbre del desolvido:“Algún día fuimos más jóvenes. Cruzamos caminos,/ tomamos algunas fotos que puedo consultar/ en el álbum verde de la estantería. Y no lo hago.Nos besamos a veces y otras discutimos/ y ambas cosas nublan el paisaje en la memoria/ de igual forma. Qué curioso”.
Cosido al bordón de estas páginas hay una grata semántica que redobla la significación de lo dicho. Y, a esa sugestiva expresividad, se une también una sabia cadencia versal que se convierte en sustantivasensibilidad: “Vendrá el futuro -te digo-/ y estaremos con los perros en el huerto. Besaré las canas de tu nuca.,/ y tu piel será para mí suave consuelo”.
Un libro, en suma, de hondo aliento, telúrico en la consciencia que repercute en su humanismo. Y en su azar.
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