Ya he escrito en ocasiones anteriores sobre el placer que supone visitar la Málaga moderna y rejuvenecida en que se ha convertido la capital de la Costa del Sol a lo largo de los últimos veinte años. Y no solo por el mero placer, sino como ejemplo para otras ciudades que siguen sin tener una visión clara y decidida de lo que se quiere “ser de mayor”, o lo que otros muchos han dado en llamar “proyecto de ciudad”, reivindicado en ocasiones como el que ha dado con la fórmula secreta de la Coca Cola. Hasta hace poco más de treinta años Málaga era una ciudad envejecida que ni siquiera podía presumir de buenas playas. El Ayuntamiento puso entonces en marcha un plan que comenzó por la rehabilitación y reinvención de su centro histórico, la recuperación de las playas urbanas y la reactivación de su muelle. Sin embargo, aún necesitaba aportar mayor valor añadido a su propuesta y, tomando como referencia el atractivo del Museo Picasso, abrió una senda a través de la cultura que la ha convertido en referencia museística de toda España de la mano del Thyssen, el Ruso y el Pompidou, entre otros.
Lo fundamental es que el patrimonio y la cultura, no los fuegos de artificio ni los proyectos megalómanos, se han convertido en los ejes del desarrollo socioeconómico de una ciudad que ha ido creciendo en atractivos, caso del Festival de Cine en Español, y que, a un lado los riesgos de la gentrificación y de cierto turismo de saldo que parece adueñarse de sus calles los fines de semana, es hoy por hoy una referencia y un modelo para otros ayuntamientos que aspiran a forjar un nuevo futuro para sus municipios.
Jerez es uno de ellos, y llevan dándole vueltas a la idea desde hace algunos años como consecuencia de la crisis del ladrillo, que frenó en seco una progresión en falso, sostenida por una burbuja que, tras su estallido, ha obligado a replantear el futuro inmediato de la ciudad. Visto el tiempo transcurrido desde entonces cabe hablar de tiempo perdido, que es la consecuencia directa de la falta de acción política conjunta que viene arrastrando el consistorio por disputas continuas en las que ha prevalecido el enfrentamiento -resuelto incluso en los juzgados- sobre el interés general. Y todo ello pese a que en Jerez parecía ya todo inventado: el vino, el flamenco, los caballos y, si me apuran, hasta el motor. Cuatro marcas registradas, sí, pero que, como en el caso de Málaga, precisan de un valor añadido que debe ir más allá del inmenso atractivo de las zambombas en Navidad y las salidas procesionales en Semana Santa. Si ese valor añadido llega de la mano de la cultura, mejor que así sea.
Es lo que pretende el Ayuntamiento, que parece haber encontrado al fin una hoja de ruta desde la que marcar distancias con el pasado reciente. Esa hoja de ruta presenta aún lagunas, sobre todo en lo concerniente a la revitalización del centro histórico, donde se echa en falta mayor ambición o decisión en la apuesta: la idea de la plataforma única es excelente, pero su ejecución no es igual de satisfactoria en todas las calles; del mismo modo que la intervención en intramuros no puede supeditarse a la proliferación de apartamentos turísticos. Es cierto, han sido muchos años de abandono y despoblación, y si nos atenemos a una óptica optimista puede ser hasta un buen comienzo, pero el objetivo no pasa solo por la atracción de visitantes, sino de residentes.
Pero, insisto, es en el ámbito de la cultura donde está la clave, y en saber diferenciar esa oferta cultural de la de otros municipios, y no solo como atractivo turístico, sino como generador de actividad económica. Es poco probable -o tal vez no, visto el cirio montado por el alcalde de Granada en su ciudad- que Jerez llegue con ventaja a la candidatura a capital cultural europea, pero lo importante es el recorrido que se haga en favor de la proyección cultural de Jerez. La idea del Festival de Cine Flamenco y Etnográfico es un acierto más -una pena no contar con Carlos Saura (un delito si a nadie se le ha ocurrido)-, aunque también en esta línea hay que exigir más ambición ante la necesidad que tiene esta ciudad de presumir de sí misma, y no siempre a costa de su pasado o de sus raíces o de sus emblemas.
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