Lo recibimos con la ilusión del comienzo y sin embargo tan distinto a pesar de traer lo mismo de siempre, el levante cálido y enloquecido, las nubes deslumbrantes y algún chaparrón despistado cuyos goterones gruesos visten la calle con un traje de flamenca.
Es grato el paseo por La Isla a esa hora en que la mañana es de azafrán y practicar el casi desaparecido arte de la escucha. El recuerdo se abre paso al captar el sonido de una radio al escapar por una rendija como una ráfaga, devolviéndonos a la infancia, al abrigo de las mantas y el ladrido desconsolado de un perro rompiendo la tranquilidad de la noche encaminándose a la madrugada, al paso cuartelero de los trabajadores, diligentes unos y atropellados otros, hacia la parada del autobús. Cuánto goza la memoria al relacionar los detalles con el momento en blanco y negro de nuestra propia foto antigua.
Este buen tiempo ha cogido la mano de la normalidad con ilusión y cautela. Hace días que los dedos asoman alegres por las sandalias, con las uñas pintadas en colores ligeros. La gabardina, conocida como trench, lleva una semana colgada en la percha y los pantalones se acortan agrandando el escote de los pies, diseño comentado en estos renglones hace cinco años tras ser acuñado por Vanity Fair.
El caso es que la calle se va alegrando con los paseos y con ellos apreciamos cómo la luz va delineando los contornos descubriéndonos los colores de la cotidianeidad. Si durante la mañana nos muestra los tonos, el atardecer acuna su brillo cansado al son de la melodía de la brisa seca que los lleva hacia la noche. Es curioso contemplar el azul violeta del jacarandá irguiéndose para intentar tocar el cielo, el malva del árbol de Judas recordando a un corazón, el granate de la higuerilla queriendo escapar por el entramado de una valla de alambre y la yucca en flor, cuyos racimos blancos se abren paso entre las hojas de espada dejando caer los pétalos alrededor, trampantojo de copos de nieve sobre la hierba.
El buen tiempo nos regala estas imágenes que contemplamos con más detalle y cariño, quizás por este año largo vivido entre el miedo y la incertidumbre. Es el momento de remontar y seguir con la cautela al lado, pero dejando que la mañana nos despierte con el canto de los mirlos y las tórtolas y nos bese por la noche con la algarabía de las voces blancas alejándose. Es la normalidad, la de siempre. Vuelve despacio por el camino de la coherencia. Quiere abrazarnos con los colores y las líneas que alegran y definen lo habitual, lo acostumbrado, lo que dejó.
Nos ha echado de menos.
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