Rebeca estuvo ahogando la pena durante meses hasta que un día explotó y le contó a otra reclusa, “una gitanita que se tragó conmigo mis fatigas”, que el mismo día que ingresó en Puerto III para cumplir una pena de tres años tuvo que entregar a sus tres hijos a los Servicios Sociales de la Junta de Andalucía. “Mi familia me dio la espalda, no se hicieron cargo y no podía con la rabia”, recuerda. “Me ponía violenta, no quería creerme lo que estaba pasando”, agrega.
Con tres años por delante en prisión por vender droga, que también consumía, para salir adelante, soltera, víctima de malos tratos, separada de sus pequeños, fue crucial Raúl Jiménez, “aunque él no se lo crea”, dice, para recuperar el ánimo. “Aprendí a gestionar el odio, sin él no estaría hoy en paz”. Rebeca se acogió voluntariamente al programa Educación parental y relaciones igualitarias con mujeres reclusas y sus familias iniciado en 2018 por la Asociación Iniciativa Educativa, y ampliado a la unidad de madres de Sevilla a partir de 2019.
Raúl Jiménez atiende anualmente a al menos un centenar de usuarias. “La idea es reforzar el vínculo maternofilial”, explica, pero también ofrece instrumentos para atajar roles que favorecen la desigualdad en su relación con los hijos y sus parejas, se restañen las heridas emocionales causadas por la violencia de género que han padecido en su mayoría las internas y se les ofrece talleres de marquetería para que estén ocupadas, aprendan nuevas habilidades y, sobre todo, ganen confianza.
“Muestran mucho inseguridad al principio porque sienten que han fallado a sus familias, que las han abandonado y se les cae el mundo encima”, explica. Por ello, “trabajamos para que repartan responsabilidades y no carguen necesariamente con todas las culpas, favorecemos que se desahoguen, que asuman los errores pero que miren también para adelante”.
El contacto con los niños es telefónico, por videollamada o vis a vis. “Lo pasaban mal, porque el cristal echa para atrás, y cuando podían acceder al contacto personal lo hacían en a una habitación pequeña, encerrados, después de sobresaltarse con el chasquido de la cerradura... solían pasar todo el tiempo mirando por la ventana”, relata. La dirección del centro penitenciario respondió a la propuesta de la entidad de habilitar un pabellón para estos encuentros. Con más espacio, ventilación, sin rejas ni cerraduras, todo funcionó mucho mejor. Incluso han celebrado fiestas temáticas en Halloween.
Recuperada la libertad, la asociación mantiene seguimiento. Rebeca se muestra pletórica. “Mi madre recuperó la custodia de los niños antes de dejar la cárcel”, dice, lo que facilitó la reconciliación y le sirvió para iniciar la nueva etapa con mayor respaldo. Ahora, con 37 años, solo reconoce el café como vicio, limpiar como tarea diaria para que la casa luzca lo mejor posible y compartir el máximo de tiempo con su familia como pasión.
El voluntariado, clave
Victoria González, una de las seis voluntarias de la Asociación Iniciativa Educativa en Puerto III, asegura que la experiencia le aporta mucho más de lo que ella ofrece a las internas. “He aprendido a valorar más la libertad, la familia y hasta la comida”, reconoce, porque las vivencias de las internas son muy duras antes de ingresar en el centro penitenciario y allí dentro. “Me encargo del taller de marquetería pero aprovechan el tiempo que estamos juntas para desahogarse conmigo”, explica esta joven de solo 23 años que estudia Derecho y tiene claro que su futuro laboral pasa por prisión. También participa en la convivencia entre madres e hijos y “es una pasada, un auténtico chute de energía”.
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