Así se llama el programa que anuncia el cambio de estación. Poco antes de las vacaciones se va haciendo un hueco en la velada del jueves para entretener con el recuerdo. Es el propósito del titular de la hablilla de hoy, un espacio donde la nostalgia y el archivo forman una pareja inseparable y durante tres meses largos pasearán su idilio por nuestra sala de estar, regalándonos imágenes más empañadas que las de nuestro recuerdo. El texto aclaratorio en el ángulo inferior izquierdo, tan revelador como una sorpresa, ofrece detalles impensables para el espectador. Ese cuadro es el testigo donde se soportan aquellos programas. Rockopop, Metrópolis, Esta noche, el dedicado a Hugo Stuven y Un, dos tres entre otros, han traído de nuevo aquellas imágenes que tanto distrajeron las tardes y acomodaron el cansancio al llegar la noche.
Esta semana pasada la nostalgia ha cogido de nuevo el buril con que graba la memoria y ha raspado hasta devolvernos a nuestros queridos payasos, los reyes de la tarde del sábado en la franja infantil durante varias temporadas. Seguramente los cincuentones de hoy los vieron y vivieron como entonces, con la alegría del reencuentro semanal y el sabor en la boca del colacao y los churruscos, con el relieve de la tapicería surcando los muslos mientras reían con la familia ante la tele, porque grandes y pequeños contestaban al saludo y cantaron en la despedida, como si fuera el broche de un gran espectáculo, el de la unión grupal, única y hogareña. Aquella hora era tan mágica que la mayoría no lo ha sabido hasta hace poco, cuando son ellos quienes han enseñado a sus sobrinos los trabalenguas y los estribillos de entonces, machacándolos en el coche o mientras los cuidaban alguna tarde por ausencia de sus padres.
Durante el par de horas previo al final del pasado jueves, la sala de estar volvió a ser la habitación de la tele encima de aquella mesa de formica marrón y tubos niquelados, con el soporte del estabilizador ocupado por revistas, porque el interruptor, no más grande que la yema del dedo, había subido junto a la pantalla.
Alrededor de cuarenta años nos separan de aquellas imágenes. Con ellas vivimos el cambio del blanco y negro al color, sin embargo la alegría de aquellos momentos era tal que los payasos y nosotros formamos un grupo sin edad. La pregunta es inevitable y callada como la respuesta, porque los tiempos son de conexiones y video juegos. Son otros, como también lo fueron ellos, con una nariz engrandecida, sin color, sobre una cara sin pintar, sin abrigos de cuadros ni la ropa brillante del clown, con la música como objetivo desde el entretenimiento. Y ahí siguen como entonces, vivos en el recuerdo. No hay mejor tesoro.
Ánimo y cautela. Seguimos.
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