Para hablar de Inés Rosales es inevitable hacer referencia a lo que significaron esas tortas de aceite en la vida de infinidad de familias, ese halo de dulzura que queda en la memoria colectiva de una época que poco tenía de agradable. De hecho, uno de sus momentos de expansión estuvo ligado a la sangría migratoria que sufrió Andalucía, cuando esas tortas de aceite genuinas y auténticas representaban lo poco del hogar, del pueblo, de la tierra que podía llevarse hasta el destino de trabajo o el regalo con el que uno llegaba bajo el brazo cuando iba de visita.
Los cien años de historia de Inés Rosales son también el reflejo de la historia de Andalucía. Creada por Inés Rosales en 1910 aprovechando el horno donde se hacía el pan, antes de su temprana muerte (tenía 42 años cuando fallecía en 1934) ya poseía cuatro hornos en Castilleja de la Cuesta, pueblo ligado hasta hace poco a la tradición de las tortas de aceite, aunque ya no queda ninguna de las 23 fábricas que llegó a tener. Fallecida Inés, su hermano coge las riendas hasta que su sobrino fuera mayor de edad, una herencia familiar que se mantendría hasta los años 80.
Como todas las empresas de la época, Inés Rosales sufre la penuria de la guerra, la postguerra -incluso el estraperlo forma parte de su historia- y el despegue de los planes de desarrollo. Historia viva contemporánea. Y llegan los preludios de la democracia, la acción sindical, la lucha por los derechos de los trabajadores... Francisco Adorna Rosales no consigue dominar el timón de los nuevos tiempos, de enderezar el rumbo con la crisis del petróleo... Decide vender Inés Rosales SA en 1983 a unos inversores privados cuya gestión nunca pudo recuperar el norte de la empresa, con un coste social y laboral que aún pesa, según reconoce Juan Moreno, un empresario chiclanero ligado a la repostería que, junto a otros que finalmente desistieron del proyecto, se hacía cargo de las tortas de aceite en el año 85, cuando el mercado había dejado incluso de confiar en el producto porque se había mecanizado y había perdido su esencia, su idiosincrasia, su sabor, su recuerdo y su sentimiento.
volver a los orígenes
Con unas instalaciones “que parecían una herrería”, decide trasladar la fábrica de Castilleja a Huévar (durante varios años coexisten ambas), algo que tuvo una negativa trascendencia social, reestructura la plantilla con un alto coste laboral y decide volver a los recuerdos, a los orígenes, a la esencia que incluso, hoy día, le reconocen hasta sus clientes de Nueva Zelanda. Sí, porque el mercado de las tortas de Inés Rosales llega a Estados Unidos, a Bélgica o a los Emiratos Árabes, y con una fidelidad que poco tiene que ver con nuestros recuerdos. Moreno hasta se emociona cuando relata algunos comentarios de sus actuales clientes: los sentimientos que expresan son los mismos que los de aquel abogado de Estado de Huesca que, en el franquismo, llevaba las tortas a sus familiares del norte...
Aceite de oliva virgen extra de Andalucía y sin aditivos ni colesterol; harina de Marchena; ajonjolí de Aguilar de la Frontera; Matalauva de Alosno... Son los mismos ingredientes que la receta original de Inés Rosales. Y su elaboración: se siguen haciendo y envolviendo una a una y a mano, ninguna es igual a la otra, como antaño. Las “labradoras”, esas operarias que desde hace cien años siguen haciendo las mismas tortas de aceite, son las que hacen posible el “milagro”, como lo llama Moreno, que tiene claro que sin ellas, es imposible hacer el producto de siempre.
De hecho, no sólo les quiere hacer un homenaje (un monolito, un monumento, le da igual...) sino que le da tanta importancia que reivindica un poco de apoyo por parte de las autoridades públicas. “Damos mucho valor añadido a Andalucía, nuestros productos son de Andalucía pero formar a una operaria nos lleva siete meses y a cargo de la empresa”, apunta para pedir a las administraciones “que crean en nosotros” y les apoyen con cursos de formación para dar trabajo a las poblaciones de los alrededores, para poder contar con una bolsa de trabajo cualificada para hacer frente a la elasticidad de la demanda de un producto perecedero.
Cien años después, Inés Rosales vuelve a sus orígenes, a vender las mismas tortas de aceite y, recuperado el mercado con un producto que “tiene consumidores fieles aunque no sean los mismos”, también quiere devolver a la sociedad: su centenario recuperará los recuerdos de todos, reconocerá a Castilleja como su cuna y pondrá en un pedestal el “milagro de las labradoras”.
Quince millones de tortas de aceite al año y con todos los certificados de calidad del mercado
La fórmula de elaboración de las tortas es lo único tradicional en Inés Rosales puesto que el resto de las instalaciones están completamente mecanizadas y cumplen con todos los requisitos que les exigen los certificados de calidad que posee. Sus 10.000 metros cuadrados de fábrica le permiten producir 15 millones de tortas de aceite al año y más un millón del resto de sus productos de repostería. Inés Rosales, ahora sociedad unipersonal, factura 14 millones de euros al año y posee 123 trabajadores, la mayoría mujeres, con un porcentaje de eventuales del 3 al 4% de la plantilla. El trabajo lo distribuyen en cinco días a la semana, con cuatro turnos en dos líneas de producción, una de ellas específica para las tortas de aceite. Su estrategia de mercado pasa por el producto artesanal, el de los sentimientos y recuerdos, el que quieren trasladar a Japón, Corea del Sur y China, donde pronto empezará su comercialización.
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