Lo que queda del día

Corruptos anónimos.

Trato de imaginarlos en una de esas sesiones terapéuticas, como de corruptos anónimos, respondiendo a preguntas que ayuden a entenderlos y corregirse, y no

Publicado: 20/03/2021 ·
18:05
· Actualizado: 20/03/2021 · 19:13
  • Barcenas y Correa en un juicio de la trama Gürtel -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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El pasado mes de enero, el Ministerio del Interior autorizó en 31 prisiones y nueve Centros de Inserción Social la puesta en marcha de un Programa de Intervención en Delitos Económicos para reinsertar a condenados por corrupción. Uno de los primeros en ser admitidos ha sido Iñaki Undargarin, y entre los solicitantes se encuentra Francisco  Correa, condenado a 51 años de cárcel por la pieza central del caso Gürtel.

Correa ha incluido su petición junto a una carta de arrepentimiento en la que se ha ofrecido igualmente a repatriar 24 millones de euros que tenía en cuentas en Suiza, después de que le hayan denegado en dos ocasiones la petición de permisos penintenciarios, aunque el objetivo del programa, según el propio Ministerio, no implica recompensas, sino que los reclusos que lo sigan se responsabilicen del hecho delictivo, pidan perdón, reparen el daño y no reincidan; de hecho, está pensado para aquellos a los que les queden menos de dos años para salir en libertad, de manera que el trabajo terapéutico sirva para que  no vuelvan a delinquir cuando pisen de nuevo la calle. 

Según información publicada por Óscar López-Fonseca en El país, el pasado año había en España 2.044 internos que cumplían condena por delitos económicos, desde el fraude a Hacienda y Seguridad Social a la corrupción urbanística, lo que equivale a un 5,6% de la población total reclusa. Una cifra que llevó a Instituciones Penitenciarias a hacerse una pregunta: “¿Es posible reinsertar a alguien encarcelado por corrupción?”.

A tenor del programa en marcha, elaborado por diez de sus profesionales, la respuesta es sí, aunque tras dos meses es imposible concluir que estén en lo cierto, puesto que lo único de lo que disponemos es de un dossier a partir de estudios psicológicos preliminares en los que predominan perfiles y conductas que fácilmente podemos identificar en el transcurso de cualquier telediario. Es decir, tipos narcisistas, manipuladores, con una fiable estabilidad emocional, una marcada falta de empatía hacia sus víctimas -ya saben: “yo no he matado a nadie”- y una habilidad innata para contagiarnos con su “doble moral”, como cuando Jesús Gil, y miles de marbellíes en las calles de la ciudad, clamaban aquello de que lo único que había hecho era llevar la prosperidad al municipio y acabar con el desempleo y la delincuencia, pese a que todo se reducía a una simple dicotomía: lucro y poder -a cualquier costa, evidentemente-.

Trato de imaginarlos en una de esas sesiones terapéuticas, como de corruptos anónimos, intentando responder a preguntas que ayuden a entenderlos y corregirse, y no se me ocurre mejor ejemplo que aquella conversación firmada por David Mamet en la que un ladrón de joyas preguntaba a su socio  qué es lo que mueve el mundo. “El dinero”, respondía el otro. “Pensaba que era el amor”, le corregía. “En todo caso, el amor al dinero”. La iniciativa es bienintencionada, pero permítanme que dude aún de su efectividad.

En una ocasión, conocí a un chico que acudía a Alcohólicos Anónimos y le pregunté cuándo se dio cuenta de que había tocado fondo, que tenía que recurrir a las terapias de grupo para dejar atrás una vida de excesos, y me contó lo sucedido una noche en la que terminó empotrado con su coche entre las paredes de una calle peatonal que se iba estrechando poco a poco. Tuvieron que reventar el cristal trasero para poder sacarlo del vehículo. Y lo siento, pero no me imagino a los aspirantes al programa de reinserción para corruptos reconociendo el día en el que se empotraron en su propia calle peatonal pisando el acelerador de una codicia sin límites.

Como tampoco veo viable, si es que a alguien se le ocurre, que se impulsara un programa similar para políticos tránsfugas y otro para los decepcionados con sus siglas, otro ámbito en el que la doble moral juega con la ventaja de poner su propio precio. Váyanse a casa, como ha hecho Marta Martín, o, por lo menos, no al partido que tanto les abochornaba y contra el que tuvieron que inventarse uno nuevo. 

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