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'La madre del blues': la identidad de las raíces

Denzel Washington respalda la adaptación de la obra de August Wilson en torno a unos personajes de enorme talento superados por la lacra del racismo

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Hace cinco años, Denzel Washington afrontó una de las películas más personales de toda su carrera, Fences, basada en una obra de teatro de August Wilson que formaba parte de The Pittsburgh Cycle, una colección de diez obras, cada una de ellas ambientada en una década del siglo XX, y en las que el autor describe la vida de la comunidad afroamericana. Ma Rainey's Black Bottom, publicada en 1984, es la encargada de retratar la década de los años 20, a través de la figura de Ma Rainey, una de las voces más respetadas de su época y una de las grandes maestras del blues.  

Ya no como director ni intérprete, pero sí como productor, Washington ha respaldado su adaptación cinematográfica, que pasará a la historia como la última película protagonizada por Chadwick Boseman (Black Panther), quien acaba de recibir a título póstumo el Globo de Oro a la mejor interpretación por su papel en el filme, el de Levee, un arrogante y virtuoso joven trompetista convencido de su inminente éxito, que lo será no solo por el reconocimiento artístico, sino por su triunfo-venganza en un mundo de blancos.

Ma Rainey's Black Bottom, además del título de la obra y la película -estrenada en nuestro país como La madre del blues-, es el de uno de los temas que popularizó hace un siglo la protagonista real -aquí recreada por una magistral Viola Davis- y cuya sesión de grabación sirve como telón de fondo a un drama latente en torno a una serie de personajes de enorme talento, pero superados por la lacra del racismo, a la que se enfrentan a través de la música, de la identidad de sus raíces, como principal salvavidas. Ma Rainey lo hace desde el reconocimiento alcanzado, asumiendo incluso el rol de diva para someter a su propio mánager blanco; Levee, huyendo de un trágico pasado, pero precipitándose en un ascenso tras cuya puerta no haya más que un nuevo muro; y Toledo  (fantástico Glynn Turman), el pianista, reconociendo que no son más que las “sobras” de un guiso, y que lo seguirán siendo hasta que decidan unirse todos en una misma lucha -mensaje Black Lives Matter-.

Todo eso está muy bien contado en la película, pero porque prevalece y emana del texto de Wilson y del propio plantel, no por mérito de su director, George C. Wolfe (Noches de tormenta), que suele caer en la trampa del “teatro filmado”, más allá del lucimiento de una gran dirección artística y la banda sonora de Brandford Marsalis.

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