Cinco bonolotos, el Euromillón para el martes y el viernes, la Primitiva, cuatro cupones, dos números de la Paloma, el 26 y el 29 en la rifa para un jamón en la tiendecita de al lado de casa, el 45 y el 51 para una cesta navidad en la peña en la que ahogo mis penas y hasta el rasca del la aplicación del Lidl salieron sin premios en la semana que me llegó un mensaje al móvil del Servicio Andaluz del Salud en el que me informaba que “el DNI ***9763** ha sido elegido para la prueba COVID19 de la Junta de Andalucía en Barbate. Acuda el 10 de diciembre, a las 16.00 horas, a la Unidad Móvil en el Pabellón Polideportivo”. Sus muertos…
Levantan a la primera fila y se los llevan a la Unidad Móvil. Entra más gente y la sientan en esa misma fila, previa desinfección al estilo compadre de los asientos. Es decir, chorreón de Sanytol, trapito y al lío de Montepío. Pienso en el dueño de Sanytol, qué cabrón. Se forróComienzo a ponerme nervioso. Me van cribar. En noviembre la pandemia se desmadró en la provincia de Cádiz y en esta ocasión, también en Barbate. Veremos qué pasa. Me pregunto si he sido responsable y me asaltan imágenes nefastas. Desde octubre he pillado varias mierdas y en estado de embriaguez me la suda todo. Soy así, un proyecto de alcohólico bien desarrollado. Solo cerveza, pero cuánta cerveza. Y lo cariñoso que me pongo. Y lo que me gusta dar un abrazo. Y con qué facilidad permito que otros borrachuzos se peguen a mi oreja o se rían a carcajadas con mis increíbles ocurrencias. Ahora cierro los ojos y veo cómo me salpica sus salivas. La he cagado seguro. Recuerdo lo aplicado que fui al comenzar toda esta odisea del coronavirus de los cojones. Me lavaba las manos doscientas veces, me echaba gel hidroalcohólico hasta en la tostada, desinfectaba la compra, hervía la ropa y eso cuando no había un puñetero caso en el pueblo. Ahora con quinientos llego agotado y he relajado casi todas las medidas de prevención. Qué desastre soy. Y los niños en el cole. Y en el curro ya han caído tres de cinco compañeros. Y en el círculo cercano ya van diez o veinte. Estoy perdido. Me viene la imagen de Miguel Molina, regidor, alcalde y primer edil de este municipio, en Antena 3 ó 4, sacando pecho por lo bien que nos portamos y lo bien que lo hizo el actual equipo de Gobierno en la primera oleada. Leches, en la segunda la hemos cagado. La segunda ola nos ha mojado hasta el escroto. Botellones en el río, en el puerto, en el parque, cumpleaños y fiestas privadas, me cachis en la mar, la cagamos. En esta segunda ola solo vino Telecinco pero era por la familia Rivera… que llegaron al pueblo desde Sevilla cuando estaban cerradas las fronteras y el ejército estaba apostado en la Barca de Vejer. En coche y sin mascarillas. Ya lo tengo, en lugar de echarme la culpa a mí, se la echo al Molina, que si se atribuyó el mérito de la primera ola, pues para él el demérito de la segunda… jajajajaja. Entonces, libre de culpa, me lavé las manos al estilo Poncio Pilatos y me dormí.
Llueve. Es 10 de diciembre. Jueves. Intento adelantar todo el curro por la mañana, comer rápido y acudir a las cuatro de la tarde a mi cita con la historia de la pandemia. Otra vez me vuelven las dudas. Llueve y echo a andar hacia el Polideportivo. Llego. A unos chavales de protección civil les digo que tengo cita a las cuatro… se ríen. A las cuatro tenía cita medio pueblo…
Me hacen pasar por un lateral, me dan gel y se abre ante mis ojos un mar de sillas blancas, algunas verdes, puestas en fila en el centro de la pista de baloncesto. Ya había unas 25 personas. La imagen era apocalíptica. Me recordó a las escenas después de un terremoto. Bajo las sillas volaba un grajo porque hacía un frío del carajo. Todas esas personas tenían cita a las cuatro. Me siento. Dudo si irme. No estoy para perder el tiempo, pero resuena las palabras de Fátima, “aprovecha y así, si das negativo, podremos ir a ver a tus padres”. Qué buena es. Dudo si irme. Sigue llegando gente. Se acaban las sillas. Pienso: Si alguno tiene el coronavirus, menuda cagada. Alguien tose. Si tuviera una pistola lo mataba. Alguien estornuda. Me cago en sus muertos. Voy a morir.
Levantan a la primera fila y se los llevan a la Unidad Móvil. Entra más gente y la sientan en esa misma fila, previa desinfección al estilo compadre de los asientos. Es decir, chorreón de Sanytol, trapito y al lío de Montepío. Pienso en el dueño de Sanytol, qué cabrón. Se forró. Entra más gente al polideportivo. Uno pregunta cómo va la cosa y me dice si van nombrando… me acuerdo del chiste y le digo que es un gran actor… quién, pregunta, pues Marlon Brandon. Ni puta gracia le hace, y como en Laponia hace frío, yo me río. Digo en alto dos o tres burradas, entre ellas grito que ¡vamos a morir todos!, y dos o tres de las cien personas se ríen.
Me llega el turno a mí y a otros seis. Salgo y sigue lloviendo. Vamos en fila india hacia la unidad móvil. Llueve y me mojo mientras espero. Al final muero de un resfriado. Subo. Digo mi nombre. Qué raro es, de dónde eres, me pregunta una enfermera (o eso espero que fuese) con un enorme y largo palillo de los oídos en sus manos. Soy de Tánger y no sé qué hago aquí. Sonríe. Déjate la mascarilla. Ok. Echa la cabeza para atrás. Ok. A lo mejor te molesta. Pienso: “pues tira de esta”, pero me callo. Me introduce el palillo y creo que busca si tengo cerebro. Se me saltan las lágrimas y estornudo dentro de la mascarilla. Noto la mucosidad en mi bigote. Qué asco. Si das positivo te llamamos. Ok. Regreso a casa. Espero la llamada. No llega. Soy negativo… bueno, era negativo, hoy ni puta idea. Pienso en Fátima. Ahora podría ir a ver a mis viejos. Pienso que si mis padres tuvieran dinero iría si fuese positivo y así quedarme con la herencia. Ahora como mucho me dejan una gallina y un hermano en el paro. Joder, qué cabrón soy. Sí, pero negativo, al menos ese día.
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