A medida que las patatas van adquiriendo en la sartén su color dorado, empezamos a saborearlas en boca, sin haberlas probado aún. Es ese color que les da el aceite caliente lo que hace que empecemos a salivar. Es difícil encontrar alguien que no se deje subyugar por unas buenas patatas fritas.
Puede ser que abandonemos la cocina, cansados de esperar a que termine el proceso, entonces todo puede echarse a perder. Las patatas fritas quemadas ensucian el aceite, adquieren un color marrón oxidado y son amargas al paladar.
Toda patata que está flotando mientras se fríe corre riesgos, puede convertirse en una patata quemada.
A nuestro rey emérito le ha pasado algo parecido, ha pasado de la gloria de ser el salvador del país en el 23F, donde adquirió el color más dorado de sus años de reinado, a refreírse demasiado y llegar a producir un sabor amargo a sus súbditos con su economía opaca y su fraude a Hacienda y a todos los españoles.
Los ánimos de los republicanos se han soliviantado, buscan fórmulas para que pague por sus infracciones. El PSOE y el PP siguen protegiéndolo, porque si deja de haber una monarquía en España podemos caer en un maremágnum del que nadie sabe que podría surgir. Republicanos hay tantos como tipos de república. Lo aprendimos en la ya lejana I República española que duró sólo un año, a finales del siglo XIX. Ha llovido mucho desde entonces, pero la unidad republicana sigue sin producirse.
A las relaciones de pareja les sucede lo mismo, pueden permanecer doradas, pasar a recocerse y volverse blandurrías o quemarse sin solución. Hay quién se conforma con el sabor amargo y el color marrón antes que tirar la pareja a la basura. Quien se deja absorber por el aceite y se mueve en esa situación densa en la que ya no sabe muy bien qué sabor debe tener un buen vínculo, pero siente que hace frío afuera. Todas y todos podemos mirar desde fuera a la sartén, envidiarles, compadecerles, ignorar la crisis de la unión para conservar la amistad tal como está, pero es cosa de los dos protagonistas decidir como seguir adelante. Nosotros mismos cuando estamos en el perol no tenemos conciencia de lo que somos ni de cómo vamos a terminar porque el proceso es lento y la perspectiva mala. Mientras se está en el calor del momento, se hace difícil discernir cuándo seremos unas patatas demasiado fritas, unas patatas quemadas.
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