Cuando abrimos los ojos cada día y nos tentamos, y nos damos cuenta que estamos vivos, podemos decir que vale la pena. Si además estamos y nos sentimos sanos, es para tirar cohetes, y gritamos a pleno pulmón aquello de ¡Salud, divino tesoro!
Y a lo largo del día vamos colocando todos los acentos de nuestra existencia. Disfrutamos de las luces y las sombras, de las claridades y las oscuridades, de los colores en su permanente combinación revolucionaria, nos deleitamos con todas los sonidos que en van creando sinfonías y músicas para que gocemos oyéndolos.
Olemos efluvios de perfumes, la comida del vecino que prepara el refrito en su cocina o ese guiso que nos penetra por todos los poros de nuestro cuerpo. Nos sentamos a la mesa y hacemos un festín del puchero o nos deleitamos con un manjar exquisito y disfrutamos el mundo conocido y desconocido de los sabores.
Experimentamos todo tipo de sensaciones al poner a explorar nuestro tacto y a través de toda nuestra piel experimentamos si la temperatura es alta o baja , si nos presionan o presionamos algo o alguien , el dolor de un golpe o el placer de acariciar o ser acariciados, percibimos la blandura o la dureza , la suavidad o la aspereza.
Pero también nos damos que vale la pena darnos cuenta de lo importante y no darle importancia a lo superficial y artificial: Todos los días podemos homenajear a la vida y que esta nos dé un homenaje. Aunque muchas veces escribamos nuestra historia en base a las circunstancias, de nosotros depende en gran parte como transcurra y cuál será el papel que queremos jugar.
Créanme vale la pena escuchar la voz del ser amado, diciéndonos que nos quiere o sacarle partido a cada instante que vivamos juntos, porque son momentos únicos, en los que vibraremos con los pequeños y los grandes placeres de nuestras vidas.
Hemos de entrenarnos para saber superar con éxito los tiempos malos que pasamos, y hemos de saber organizarnos y planificar con arreglo a nuestras posibilidades, sin que eso nos vuelva prisioneros ni rehenes de nada ni de nadie.
Descubrimos con el tiempo el valor de nuestro trabajo, de conseguir las cosas con nuestro propio esfuerzo y salir de nuestra zona de confort para llegar a alcanzar nuestros objetivos. Aunque no lo crean es divertido y vale la pena, no quedarnos anclados en la rutina y procurar reinventarnos, para que cada día sea un amanecer y un ocaso diferente.
Si todos nos diéramos cuenta de que el mundo entero estamos inmersos en un proceso de cambio, y fuéramos capaces de hacer las reformas necesarias para promover la solidaridad y lograr una sociedad más justa. Si seguimos promoviendo y permitiendo la desigualdad, todo esto nos llevará a la autodestrucción y habremos logrado el propósito de algunos locos iluminados, en el que estallaremos en millones de pedazos y no habrá valido la pena.
No vale la pena que consideremos en nuestra ignorancia que podemos hacer frente solos a todas las dificultades, necesitamos de los demás y todos nos pueden enseñar, que es mejor sumar a lo poco que sabemos que restar de lo mucho que carecemos.
Entre agravios y desagravios, voluntariedades y forzosos, abrimos nuestras puertas y ventanas a todo lo que merece la pena, a contribuir con nuestra actitud positivo todo el desánimo que pueda existir en nuestro alrededor y no hacer caso de opiniones que solo buscan irritarnos y hacernos daño
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