Matrícula de deshonor

Doble juego

Siempre he considerado que reconocer un error es un acto de valentía, un enorme esfuerzo digno de admiración

Publicado: 28/09/2020 ·
11:00
· Actualizado: 28/09/2020 · 11:00
Autor

Federico Pérez

Federico Pérez vuelca su vida en luchar contra la drogadicción en la asociación Arrabales, editar libros a través de Pábilo y mil cosas

Matrícula de deshonor

Un cajón de sastre en el que hay cabida para todo, reflexiones sobre la sociedad, sobre los problemas de Huelva, sobre el carnaval...

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Siempre he considerado que reconocer un error es un acto de valentía, un enorme esfuerzo digno de admiración en una sociedad en la que la imagen lo es casi todo y, reconocer ciertos fallos o desconocimientos en estos confusos tiempos, tiende a ser tildado como una debilidad de la que sacar tajada del osado que muestre dichas carencias.

Esta es la sociedad en la que nos estamos convirtiendo, en la que se pone de manifiesto esta nueva cultura prepotente y soberbia, que desea a toda costa dar esa sensación de saber de todo y más que todos, con una visión personal muy distorsionada y cerrada a críticas y/u opiniones ajenas, que suelen vivirse como ataques y con respuestas desproporcionadas y llenas de rabia e ira. Así es esta estructura relacional y la muestra más significativa la tenemos en las redes sociales, llenas de este nuevo negativo concepto social y crítico destructivo, donde pavonear en nuestros muros personales como ‘egotecas’ particulares, luciendo nuestras mejores galas y enterrando las miserias tras las pantallas, donde vamos contando las muescas.

Estamos creando un doble juego imaginario e irreal que se adapta a las líneas que marcan las tendencias en las redes, donde se valoran más las artimañas y manipulaciones que reconocer las limitaciones particulares y/o colectivas. Donde manifestamos fortaleza y una engañosa falsa seguridad que al final siempre pasa factura. Son esas circunstancias las que nos hacen perder la humildad, con conversaciones en las que se pierde el ritmo, el tono, las pausas y esos metamensajes que los gestos, las miradas y el propio contacto aportan a una lectura condicionada y casi anodina, y que va más allá de las palabras, donde el impacto en las formas es lo que cuenta, y el fondo, el sentido, la esencia, no tienen importancia; todo se deshumaniza tras un cristal.

Ante eso, es más fácil solventar los errores con mentiras que reconocer un posible fallo y pedir disculpas. Es preferible opinar, aún sin conocimiento, que dejar entrever esa supuesta debilidad, entendida como tal. Esa es la imagen que nos muestran, la que nos venden, la que seguimos y está ocasionando tanto daño a este sistema políticosocial, donde la cobardía, esa que siempre he entendido como mentira, ahora es la reina de las fiestas, en las que nunca me gustó bailar.

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