En un verano marcado por esa plaga persistente que se reitera en su insidiosa presencia, las lecturas más aconsejables nos llevan hacia la historiografía clásica. Roma, sin ir más lejos, madre tan cercana y dadivosa, empezando por aquella agitada época de transición entre la República y el Imperio y continuando ya dentro del régimen imperial.
Seleccionamos tres autores de sobra conocidos, pero no por ello más leídos en un país donde cada vez se lee menos y no digamos sobre la Historia de la Antigüedad. Ni siquiera la que nos toca más directamente. Estos libros quedan confinados (confinamiento: palabra hoy tan incrustada en nuestra vida cotidiana) al ámbito académico de los especialistas. Ningún contribuyente “normal” se lleva a la playa Ab urbe condita, de Tito Livio, para ocupar sus horas de ocio. Por cierto, que se vayan preparando los contribuyentes para la tempestad fiscal que se avecina.
Los tres autores son: Julio César (100-44 aC), Cayo Salustio (87-35 aC) y el bastante más tardío Cornelio Tácito (58-120 dC).
De Julio César, la obra más aconsejable —pensamos sobre todo en los lectores españoles— es Comentarios sobre la Guerra Civil (Commentarii de bello civili, o, abreviadamente, De bello civili, circa 40 aC), por las enseñanzas derivadas de las confrontaciones civiles y las peligrosas divisiones en el seno de una nación. Y ello porque España en el momento presente ofrece unas circunstancias demasiado influidas por algunas tendencias guerracivilistas que son cada vez más preocupantes. Dicho sea lo anterior con las debidas distancias y reservas, pero sin poder obviar que existen una serie de fracturas sociales que alcanzan desde la población total en su conjunto —por motivos ideológicos— a los consabidos nacionalismos separatistas y excluyentes.
No sabemos si hay algún Rubicón que alguien esté dispuesto a atravesar, territorios que necesiten de una “pacificación” (ya se conoce lo que este término significa en sentido político y estratégico), si cabe la posibilidad de formación de triunviratos, o si habrá incluso batallas en toda regla, aunque de ésas que se libran hoy sin disparar un solo tiro.
De Salustio, la obra más indicada es, por supuesto, La conjuración de Catilina (De Catilinae coniuratione, 43-40 aC), que, para la ciudadanía española, tiene la ventaja de orientarla en algo tan esencial e inherente al universo político como las conspiraciones, complots e intrigas que son moneda corriente en esos siempre alborotados círculos de los poderosos que dirigen y disponen de nuestras vidas y haciendas pensando más en sus intereses particulares o partidistas que en el bien común. Los Catilinas abundan mucho actualmente en la política patria; dictadores enmascarados los hay a cientos; Cicerón no hay ni uno. El libro de Salustio ilustra a la perfección cómo la mierda se revuelve en la política como si estuviera sometida a una máquina de movimiento perpetuo.
Tácito ya pertenece al tiempo de los Flavios y los Antoninos. Es un historiador cuya biografía se halla repleta de lagunas. Las fechas son aproximativas. De Tácito nos seducen tanto las Historias (Historiae, c. 100-110 dC) como los Anales (Ab Excessu divi Augusti Historiarum Libri o Libros de historias desde la muerte del divino Augusto, 115-117 dC). En las primeras cubre desde c. 69 hasta el año 96; es decir, desde el Año de los Cuatro Emperadores, tras la caída de Nerón, y desde el surgimiento de la dinastía flaviana con Vespasiano hasta la muerte de Domiciano; mientras que en los Anales, Tácito diserta sobre las cinco décadas anteriores a Nerón, desde el año 14 dC —reinado de Tiberio— hasta el año 68 cuando muere Nerón, artista incomprendido. Ambas obras nos han llegado incompletas. De los 14 libros que formaban las Historias sólo han sobrevivido los cuatro primeros y una mitad del quinto. Los Anales constaban de 16 libros, de los que se conservan los cuatro primeros, el principio del quinto, fragmentos del sexto, al que le falta su inicio, y luego los libros XI a XVI con carencias tanto en los comienzos como hacia el final.
El interés que puede despertar Tácito en los lectores contemporáneos (españoles) se sustenta en los factores subjetivos de los acontecimientos históricos, por lo que se detiene en analizar las personalidades que dirigen la política, así como las causas de sus impulsos. Algo que nos instruye respecto a los móviles particulares de los hombres y mujeres que pugnan por el poder: sus rasgos caracterológicos, sus pasiones, las vertientes psicológicas, etc. Hay en todo esto una predilección por lo moral y el afán de distinguir entre vicios y virtudes; una indagatoria psicológica que debe mucho a Séneca y a su propia experiencia en la corte de Domiciano, en la que cualquier detalle, por nimio que fuese, podía acarrear la desgracia. El pesimismo crítico de Tácito —quien creía más en la fuerza del mal que en la del bien— aporta una visión bastante verosímil de la realidad, tomando en consideración el oscuro período en que vivió. Tácito también es capaz de penetrar en el ánimo de las masas y sus cambiantes movimientos, elemento éste tan fundamental en el curso de los hechos políticos. Saquen ustedes sus propias conclusiones.
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