Estos sesenta días que han pasado a cámara lenta, han sufrido un vuelco que nos ha devuelto la sensación de rapidez, de la carrera vertiginosa del tiempo. En esta etapa que va pasando, hemos tenido que romper la rutina para adaptarnos a la que se nos queda entre las paredes. En principio costó, pero ahora que vamos retomando la normalidad por fases, parece que está costando mucho más. Se trata de los últimos empujones y hay que hacer un poder, como decían los abuelos, para que todo acabe de la mejor manera.
El temor es inevitable y tendremos que vivir con él hasta vaya volviendo la confianza, pero al menos tendremos la certeza de que hemos colaborado de la mejor manera. Durante estos días hemos tratado de distraer la preocupación, pero este fin de semana, como se anotaba al principio, el tiempo nos ha recordado que corre parejo a nosotros al cumplirse un aniversario especial. La muerte de Lola Flores fue llorada más que la de Carmen Amaya, rezaron los titulares de un dieciséis de mayo, hace veinticinco años.
Si la noticia fue un mazazo, este cuarto de siglo que ha pasado nos hace temblar por el momento en que vivimos, en el que el futuro es tan distante como el pasado de sesenta y pocos días que vamos dejando atrás. Sin embargo, este aniversario ha venido a espabilarnos al ver la imagen de la Lola, como ella se autodenominaba, cantando, bailando y actuando, es decir, viéndola como era, recordándola como ella quiso, llena de vida. Y reflexionamos de nuevo en que el tiempo pasado es más veloz al recorrer el largo camino de la memoria para volver puntualmente al presente y llenarlo de imágenes. Sería un ejercicio de curiosidad contar las veces que se nos planta delante sin llamarlo, arañándonos o haciéndonos reír, pero nunca dejándonos indiferentes.
Con la Lola pasa igual, de alguna manera fue nuestra. Cuando salía en televisión parecía que hablaba a cada espectador, dando la sensación de que cantaba y bailaba junto a la butaca. Su público no solo era el que llenaba el plató, también el que la veía desde casa, e incluso aquellos que por trabajo tenían que esperar a la grabación doméstica o debían esperar a otro programa y otra ocasión. Esa espontaneidad, ese desparpajo forman la parte más emotiva de su legado. Hace veinticinco años que falta su taconeo, su voz ronca por la que galopaba el ceceo. Qué habría respondido a la cuestión sobre el acento andaluz. Seguro que el entrevistador habría terminado ceceando con ella.
Ánimo. Un poco más de paciencia y a por la siguiente fase.
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