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'Afer life': la costumbre de vivir, y de morir

Ricky Gervais compone seis nuevos y más amargos episodios para este minucioso mosaico vital en el que la reiteración se convierte en gran virtud

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Cuando pinchas en el resumen que Netflix hace de After life aparece como clave: “lenguaje obsceno”. La fama le precede a su creador, el cómico británico Ricky Gervais, aunque la segunda temporada de su última creación -escribe y dirige todos los episodios, además de ser el protagonista principal- merece mejores apelativos. Por supuesto que hay lenguaje obsceno, desde la honestidad brutal con la que el propio Gervais hace frente a determinados tipos despreciables -en realidad, se lo merecen-, hasta la incontinencia verbal promiscua del psiquiatra al que ahora visita su cuñado, pero lo que sobresale en este caso es un compromiso formal con el desarrollo de la historia, con el afecto requerido hacia cada uno de los personajes y con el tono, mucho más amargo, que envuelve sus vidas.

Gervais, no lo oculta, toma como referencia Groundhog day (Atrapado en el tiempo) y convierte cada episodio en 24 horas en la vida de su protagonista, siguiendo a diario una misma rutina, los mismos escenarios, los mismos encuentros, las mismas decepciones, los mismos temas de conversación. El resultado, de hecho, es brillante, ya que no hay afán de parodia ni de plagio, sino la constatación del retrato de la costumbre de vivir (y de morir) que atraviesa la existencia de tan particular universo, enclavado en una pequeña población al norte de Londres en la que apenas pasa nada interesante, a excepción de los frikis a los que Gervais entrevista a diario como parte de su trabajo, que aportan el tono hilarante preciso en mitad de la trama.

Es ese tono costumbrista el que termina por imponerse como estado de ánimo en el transcurso de estos seis episodios en los que el autor de The office engrandece la dimensión de su obra a través del elegante o discordante papel de sus imprescindibles figuras secundarias, caso de Penelope Wilton, estatua nostálgica ante la tumba de su marido y fuente de sabiduría para el personaje de Gervais -genial su relectura de la fábula del escorpión y la rana-, o Ashley Jensen, la paciente y conmovedora enfermera que cree haber encontrado el amor en un hombre aferrado al recuerdo.

Todos forman parte de ese personal mosaico en el que, pese a la tristeza, las ausencias, los fracasos, las paradojas, la reiteración, sobresale una gran virtud: “life goes on”, como subraya uno de los personajes. 

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