El arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el cardenal Juan José Omella, que afronta una Semana Santa sin celebraciones religiosas presenciales ni procesiones, cree que contra la COVID-19 hay que rezar, pero también luchar: "Hay que aplicar el refrán de 'a Dios rogando y con el mazo dando'".
En una entrevista con Efe, Omella dice que la epidemia está evidenciando que "llevábamos una vida excesivamente centrada en lo material" y nos ha descubierto "que hay cosas aparentemente menos urgentes que son mucho más importantes".
"Estamos redescubriendo que somos vulnerables. Pensábamos que técnica y bienes materiales lo solucionaban todo y, de pronto, un pequeño virus nos ha puesto en jaque y nos ha descubierto que nos necesitamos todos y que tenemos que agradecer la ayuda humana y material de otros a quienes ignorábamos", según Omella.
Pregunta.- Cardenal, ¿cómo está viviendo personalmente esta crisis sanitaria?
Respuesta.- Estoy confinado en casa, como nos piden Gobierno y autoridades sanitarias. Aprovecho para rezar un poco más, celebrar la Eucaristía por enfermos, sanitarios, familiares, por los que no pueden trabajar o ven peligrar su trabajo, por los que han fallecido ... Respondo correos y llamadas de teléfono. También hago llamadas para acompañar a los que están solos, y respondo a los medios de comunicación que siguen trabajando sin parar.
P.- Y, como presidente de la CEE, ¿está en contacto con las otras diócesis españolas, qué le explican, cuál está en peor situación?
R.- Estoy en contacto con todos directamente o a través de la Secretaría General y la Comisión Ejecutiva de la CEE. En diócesis grandes como Madrid, Barcelona y Oviedo ha afectado más y cuando hablo con sus obispos se nota esa mayor preocupación, pero ha afectado a todas las diócesis, algún obispo aún está hospitalizado. Pese al dolor, me consuela ver cómo la Iglesia está también arrimando el hombro, poniendo a disposición de los más necesitados locales, personas, apoyo económico, dando esperanza y consuelo. Se ha de sumar y aportar lo que cada uno pueda.
P.- ¿Ha hablado con el papa Francisco estos días? ¿Cómo lo está viviendo el Vaticano?
R.- El Papa no está ausente del dolor de la gente. ¡Qué hermosa celebración y reflexión hizo en el Vaticano en una plaza de san Pedro completamente vacía! El Papa está poniendo todos los medios a su alcance para colaborar. Ha donado miles de euros a Cáritas, regalado 600.000 mascarillas a China, garantizado la apertura de comedores sociales del Vaticano y donado 30 respiradores a hospitales de Italia y España. Nos ha alertado del riesgo de menospreciar a los mayores y los más frágiles. Todos los seres gozamos de igual dignidad y hemos de garantizar un tratamiento adecuado a todos los afectados.
P.- ¿El coronavirus es un castigo de Dios?
R.- De ninguna manera. Dios es un Padre bueno que acompaña a sus hijos, a quienes ha dado el precioso regalo de la libertad. Dios nos ha hecho colaboradores suyos en la transformación del mundo que es limitado, no es perfecto. A veces llegan calamidades naturales, terremotos, epidemias… y nosotros tratamos de solucionarlas. Y ¿para qué sirve entonces la oración? Para que Dios nos ilumine y ayude a encontrar la solución. Aquí vale el viejo refrán español: "A Dios rogando y con el mazo dando". Es decir, trabajar para solucionar las cosas, pero trabajar unidos, con generosidad, sin pelearnos, viviendo en fraternidad y solidaridad, y sin dejar nunca de rezar. Si fuésemos más solidarios ¿no se solucionarían muchos problemas que tenemos como la gran pandemia del hambre de países en vías de desarrollo o la gran pandemia de soledad de nuestros ancianos? P.- Los sacerdotes y comunidades religiosas en España tienen una edad media muy alta, por lo que son un colectivo de riesgo. ¿Tiene datos de cuántos religiosos han fallecido o están afectados? ¿Cómo se están protegiendo?
R.- Lamentablemente ya son unos cuantos los sacerdotes, religiosos y religiosas fallecidos por este virus. Pero lo mismo sucede en la sociedad española, donde hay muchas personas mayores, más longevas gracias a la calidad de vida y al excelente cuidado sanitario. Esta pandemia nos está recordando la importancia de proteger a nuestros ancianos. Felicito a sanitarios y cuidadores de residencias de ancianos que tan gran servicio prestan a nuestros mayores. Gracias a las familias que cuidan a sus ancianos. Gracias de corazón.
P.- Esta Semana Santa va a ser diferente, con procesiones y celebraciones religiosas suspendidas. ¿Cómo se la plantea la Iglesia?
R.- Sí, este año vamos a vivir una Semana Santa especial, distinta. Pensemos que muchos cristianos del mundo celebran desde hace años la Semana Santa en tiempos de guerra, persecución, epidemias o en campos de refugiados. Esta situación nos va a permitir sentirnos más unidos a ellos. Este año, podremos participar de los oficios de Semana Santa a través de la Radio, Televisión, internet ... No dejemos de hacerlo, si es posible, en familia. Organicémonos para tener un poco de tiempo para rezar. También puede ser buen momento para un rato de silencio y recuerdo a los que sufren por causa de la COVID-19 o por tantas otras pandemias o exclusiones sociales.
P.- Rezar quizá alivia el alma, pero ¿no es mejor confiar en que serán los médicos y la ciencia los que nos sacarán de este problema y no Dios?
R.- Ya le he dicho que es necesario aplicar el refrán español: "A Dios rogando y con el mazo dando". Es absolutamente necesario confiar en los médicos y la ciencia. Agradecer todo lo que están haciendo, pero no podemos dejar de orar a Dios para que les ilumine y les conceda fuerza y ayuda. No debemos nunca restar, sino sumar. No excluir, sino aunar fuerzas y ayudas. Los monasterios de clausura también ayudan mucho con su oración. ¡Cuántos médicos han encontrado una solución a una situación perdida tras una invocación a Jesucristo, a Dios Padre o a la Virgen María!
P.- ¿Qué le diría a los no creyentes?
R.- Uno puede decir: 'No puedo rezar porque no creo'. Pero puede creer en el amor de la gente que le rodea y allí encontrar la esperanza. Me conmueve ver la solidaridad de miles de ciudadanos que han creado redes de atención a mayores o dependientes, y les animo a mantenerla viva en el futuro no fácil que nos espera. Todos somos hijos de Dios, parte de la humanidad. Somos un todo y de todos depende salir adelante. Para superar esta pandemia y para afrontar la crisis económica que va a provocar, nos necesitamos a todos. Va a ser necesaria una estrecha colaboración y una colegialidad en la toma de decisiones en la que participen solidariamente sector público y privado, junto con entidades sociales y religiosas. Juntos saldremos de esta, pero si queremos hacer guetos o excluir a parte de la sociedad, nos vamos a quedar atascados.
P.- ¿Cree que esta epidemia aumentará la fe cristiana en una sociedad secularizada?
R.- Estos días de reclusión son una oportunidad para repasar nuestra vida, para pensar hacia dónde y cómo queremos orientarla. Esa mirada interior, espiritual, hace que haya personas que se planteen muchas cosas. Mi percepción es que mucha gente está volviendo a abrirse al encuentro con Cristo. Las audiencias de las misas en televisión y webs de las diócesis han aumentado, y el uso de los diferentes canales de comunicación parroquiales y diocesanos. Espero que esta pandemia nos ayude a replantearnos muchas cosas, valores o virtudes que quizás habíamos abandonado o estaban en vías de perderse. Las crisis son siempre una oportunidad para sacar lo mejor de nosotros, para recuperar valores que nos hagan más fraternos, humanos y más abiertos al encuentro con Dios.
P.- ¿Qué cosas cree que cambiarán en la sociedad una vez superemos esta epidemia? ¿O la memoria humana es tan corta que volveremos a las andadas?
R.- Es pronto para anticipar lo que cambiará. Percibo que, al menos, nos estamos planteando si no llevábamos una vida demasiado estresada, excesivamente centrada en lo material, en el poseer. Poco a poco estamos descubriendo que se puede vivir a otro ritmo y que hay cosas aparentemente menos urgentes y mucho más importantes. Estábamos cada vez más aislados y ahora al confinarnos en casa, los esposos tienen más tiempo para convivir, para estar con los hijos, para estar más pendientes de los familiares y amigos. Estamos redescubriendo que somos vulnerables. Pensábamos que la técnica y los bienes materiales lo solucionaban todo y, de pronto, un pequeño virus nos ha puesto en jaque. Además, descubrimos que nos necesitamos y que tenemos que agradecer la ayuda humana y material de otros a quienes ignorábamos y hasta mirábamos con recelo. Creíamos que no necesitábamos a Dios porque nos bastábamos a nosotros mismos y ahora nos descubrimos pequeños y frágiles. Descubrimos la necesidad de acudir a Dios para decirle que nos eche una mano, aunque Él no nos abandona nunca. No perdamos la esperanza porque en el mundo y en el corazón de los hombres hay más capacidad de bien que de mal.
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