Un paciente hospitalizado en Mallorca o Tenerife tiene una botella de oxígeno para respirar porque a diario hay estibadores cargando y descargando mercancías en los puertos españoles. La pandemia no ha cambiado esa rutina porque "no hay otra opción", asegura Raúl García, uno de los 65 profesionales de la estiba del puerto de Palma.
Desde las galletas que un niño desayunó esta mañana, a las tijeras con las que el agricultor cosecha las naranjas o la lejía que desinfecta el suelo de la farmacia que sigue abierta, casi todos los productos, materiales y equipos entran en las islas por vía marítima. Pero también en el continente los puertos son una pieza clave del movimiento de mercancías. ¿Cómo llegarían, si no, todos los objetos "made in China"?
"En el puerto de Palma movemos diez millones de toneladas al año, más o menos", explica Raúl, de 41 años e hijo de estibador, que disfruta con un oficio que ha "mamado desde que era pequeñito".
Cuando su padre, del que en el cole decía que era "gruista", le fue enseñando en qué consistía su trabajo, no era consciente de la función estratégica que cumplían aquellos hombres que manejaban máquinas que de niño le parecían "increíbles".
Ahora sí. "Nuestra labor es descargar las mercancías que vienen en los buques para que toda la población tenga lo que necesita, alimentos, oxígeno, mercancías peligrosas, vehículos, (...) básicamente toda la mercancía que entra en la isla por vía marítima (...). Solo lo hacemos nosotros", cuenta.
Aunque el tráfico de mercancías en España se realiza sobre todo por carretera, el 68 % del flujo internacional, con algo más de 400 millones de toneladas al año, pasa por los 64 puertos principales del país. Para los más de 3,5 millones de habitantes de los archipiélagos canario y balear, de Ceuta y de Melilla, los puertos son vitales.
Para que no se paralicen, Raúl, como otros casi 6.200 compañeros en todo el país, está pendiente a diario de los "nombramientos", las designaciones de horario para trabajar de día o de noche. Descargan plataformas, mueven camiones y coches, embarcan y desembarcan contenedores, graneles y cubas. También dirigen la descarga de los ferris que traen a las islas a chóferes autónomos con sus camiones repletos de productos por distribuir.
Desde que comenzó la crisis del coronavirus solo ha bajado el flujo de coches de alquiler que habían comenzado a llegar a Baleares en previsión de la temporada turística, pero "los camiones y la plataforma siguen entrando prácticamente igual", con lo esencial y lo superfluo, lo necesario para que la economía no se detenga en seco.
"Podemos intuirlo, porque a veces ya reconoces las empresas y sabes que lleva ladrillos o patatas o piedras, pero por lo general pocas veces sabes la mercancía que estamos descargando", asegura.
Ellos trabajan en los muelles y en los buques, manteniendo a veces contacto con sus ocupantes, y están expuestos por ello al contagio del COVID-19. "La marinería sí va totalmente protegida, con su mascarilla y sus guantes, pero los camioneros autónomos no", lamenta.
"Estamos bastante descubiertos", incide el estibador, delegado sindical, que detalla que ya antes de dictarse el estado de alarma reclamaron sin éxito a la sociedad anónima de gestión de estibadores portuarios (SAGEB) para la que prestan servicios que les proveyera de material de protección.
Al final consiguieron por su cuenta mascarillas, gel y guantes. "Las mascarillas, que son bastante malas, se nos están rompiendo, los guantes se gastan, tenemos que hacer otra compra, pero mascarillas están todas intervenidas. Somos una de las barreras en cuanto al virus por vía marítima y en cuestión de un par de días vamos a estar totalmente descubiertos", se queja.
Reconoce que tiene miedo de contagiarse y contagiar. Su padre es dependiente y vive con su madre, que "tiene casi 80 años". Entre sus hermanos y él asean y ayudan a moverse al estibador jubilado y hacen la compra. Raúl entra en casa de sus padres con mascarilla y guantes tras un meticuloso ritual de desinfección, pero no tiene más remedio que seguir con su trabajo.
"Soy consciente de que mi labor es indispensable, (...) no puedo llegar mañana y decirle a la empresa 'no trabajo porque tengo miedo', eso no es una opción. Sabemos que estamos sometidos a riesgo", apunta.
Además, ha tenido que cambiar rutinas de trabajo para intentar compartir espacios cerrados con sus compañeros, como las furgonetas en las que se desplazan por el puerto, por lo caminan a diario muchos kilómetros con la presión de no retrasar los trabajos para que los barcos salgan a tiempo para la siguiente escala. "El cansancio empieza a hacer mella", advierte.
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