Estos días estamos aprendiendo muchas cosas a la fuerza. Estamos aprendiendo qué es un estado de emergencia y como se responde al mismo. Hemos pasado prácticamente en 24 h de seguir nuestra vida cotidiana como si tal cosa, moviéndonos despreocupadamente al trabajo o el estudio, interactuando con normalidad (besos, choques de manos, abrazos, …), alternando en bares y comprando compulsivamente, a vernos recluidos en casa, pudiendo salir sólo para ir a trabajos considerados “de guardia”, comprar alimentos y lo básico para vivir, manteniendo distancias de seguridad entre nosotras, con bares, calles y plazas vacías.
Antes de que por decreto nos viéramos en esta situación no éramos conscientes de que viral viene de virus, no de video. Que los virus se expanden exponencialmente sin que los veamos, que los datos que manejamos de infectados son la punta del iceberg, que todas podemos ser portadoras del virus sin saberlo y estar transmitiéndolo con nuestras distancias cortas, choques de manos, besos y abrazos, que el sistema sanitario puede colapsar si no tomamos estas medidas drásticas.
De pronto la economía ha ocupado su lugar. Ha bajado de la cúspide y se ha supeditado a la vida, a la salud. De pronto hemos descubierto que eso implica una gran indefensión y vulnerabilidad para quiénes pueden verse por ello privados de sus ingresos y sin embargo mantienen sus gastos. Hemos visto cómo es posible lo inconcebible: que se planteen moratorias en impuestos, alquileres e hipotecas, que se ponga sobra la mesa una posible renta básica para atender la emergencia y generar seguridad. Porque sin generar esa seguridad no se podrán mantener las medidas de emergencia que nos permiten aislar al virus, y podemos vernos abocados a una explosión social. Y estamos viendo también que tenemos capacidad de reacción como sociedad, que somos más solidarios y cooperativos de lo que pensamos. Que somos parte de una comunidad que unida puede hacer frente a cualquier emergencia.
Hace una semana vivíamos en un estado, una ciudad y trabajábamos en una universidad que habían declarado la emergencia climática. Ahora sabemos que eran declaraciones de mentira porque seguíamos actuando igual, como si tal cosa. Una declaración de emergencia que no altera la vida cotidiana no es una declaración de emergencia. Hoy sabemos que las medidas adoptadas para hacer frente a la emergencia sanitaria están demostrando infinitamente más eficacia para reducir gases de efecto invernadero que todas las Cumbres habidas por el Clima, que todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible que guían las acciones de todos los gobiernos, que todos los Planes de Acción por el Clima y la Energía Sostenible. ¿Y saben por qué? Porque todos esas declaraciones y planes de acción están pensados para no hacer frente a las causas de nuestra emergencia, para adormecer nuestra conciencia y seguir haciendo negocios como de costumbre, dejando a la economía y su búsqueda insaciable de beneficio monetario al frente de nuestras vidas, haciendo los sacrificios sociales que fueran necesarios para permitir a la economía seguir generando beneficios sin límites.
No somos capaces de ver o de asumir que eso no es compatible con un planeta finito, con recursos energéticos y materiales finitos, con una capacidad limitada de absorber nuestros desechos que se acumulan en mares de plástico recalentados, vertederos tecnológicos en el patio trasero y en una atmósfera tóxica para respirar y que no deja de acumular los gases de efecto invernadero que amenazan dislocar, para siempre, de forma incontrolable, irreversible y exponencial nuestro clima y los ecosistemas de los que depende la vida. No lo vemos o no lo queremos ver y seguíamos actuando como si no fuéramos hacia el abismo. Pero este parón nos da una oportunidad, como nunca hemos tenido, para pensar y para cambiar.
Hoy me voy a ocupar de abordar los cambios imprescindibles que debemos adoptar en nuestra forma de movernos cotidianamente y en la forma en que venimos distribuyendo y usando el espacio público para hacer frente a la situación de emergencia en la que nos encontramos, por la confluencia de un amenazante cambio climático y una, invisible, pero cierta, carestía de la energía que hoy mueve el mundo: el petróleo, el gas y el carbón acumulados durante millones de años y quemados en apenas un suspiro en la historia de la humanidad, en ese paréntesis en el que vivimos y que llamamos civilización industrial capitalista. Voy a plantear las premisas y esbozar las ideas fuerza que podemos aplicar de inmediato o de forma rápida si asumimos que estamos en emergencia. Elijo el tema del transporte y la movilidad porque es uno de los temas clave y que más ha rápidamente y drásticamente ha de cambiar para hacer frente a una situación crítica desde el punto de vista ambiental, social y económico.
Si queremos que los aprendizajes obtenidos durante este estado de emergencia sanitario nos permitan hacer frente a la más amenazante emergencia climática y de recursos energéticos disponibles, manteniendo la paz social, deberíamos acostumbrarnos a la idea de mantener nuestras ciudades y carreteras casi vacías de coches y otros vehículos en circulación, implementando alternativas y cambiando nuestras rutinas.
No deberían circular coches a motor que no estén plenamente ocupados: un coche con cinco ocupantes divide por cinco los gases de efecto invernadero per cápita respecto a un coche con un solo ocupante. Nos podemos organizar para compartir coches. Ya hemos aprendido a hacerlo en viajes por carretera con aplicaciones que se han extendido viralmente. Hagámoslo en la ciudad. Es una medida que no precisa inversiones en infraestructuras. Reduciríamos en un 80% las emisiones y alargaríamos cinco veces en el tiempo nuestras reservas de combustible.
No deberíamos circular en coche si tenemos la posibilidad de hacerlo caminando, en bicicleta o en patín. Reduciríamos en un 100% nuestras emisiones en desplazamientos de hasta 7 km, la mayoría de los que hacemos en una ciudad. Para que estos desplazamientos sean seguros basta con aplicar en todas nuestras ciudades la limitación de circular a más de 30 km/h bajo grave multa y pérdida de puntos en el carnet de conducir. Es una medida de emergencia que tenemos que asumir y que nos traerá aire limpio para respirar y ciudades más habitables. Los médicos no tendrán que obligarnos a andar por nuestra propia salud, ya lo haremos cotidianamente.
No deberíamos circular en coche cuando tengamos alternativas eficientes y económicas de transporte público. Para lograr mejorar la eficiencia de nuestro transporte público algunas medidas casi no requieren inversión y se pueden aplicar de forma inmediata: suprimir el acceso por una sola puerta haciendo cola mientras el conductor nos expende un billete o controla que tenemos tarjeta de viaje válida. Así se hace en trenes de cercanías y tranvías, se puede generalizar al resto del transporte público. Hay muchos ejemplos desde los años 70 de que es posible. Estamos tardando demasiado en generalizar las pequeñas innovaciones que son necesarias. Si combinamos esta medida con paradas adaptadas a la altura de los vehículos, como en trenes y tranvías, para asegurar la accesibilidad universal, y con plataformas reservadas para el transporte público, para que este no se vea interferido por el transporte privado (que por otra parte disminuirá drásticamente con este conjunto de medidas), podemos lograr que la velocidad de toda nuestra red de transporte público sea similar a la que tiene el metro, casi sin inversiones en infraestructuras. Si estas medidas las complementamos con un incremento progresivo de la flota de transporte público para mejorar la frecuencia y reducir los tiempos de espera en horas punta, tendremos resuelto el tema. Hay demasiadas ciudades que ya hayan hecho todo esto como para explicar por qué tantas otras están tan retrasadas.
Tenemos una red de autovías y carreteras que queda grande a la cantidad de coches que podemos mover con los recursos energéticos disponibles y con las emisiones a la atmósfera que nos podemos permitir. Reservemos espacio en esas autopistas para convertirlas en una red de transporte público electrificado, con pantógrafo, que es el modo más económico y rápido del que disponemos para implementarlo. Invirtamos en ferrocarril, adelantemos en lo posible los planes que ya tiene Europa para que en 2050 este sea el principal medio de transporte de personas y mercancías en distancias cortas, medias y largas. Combinando ambas medidas podremos, rápidamente, sustituir coches y camiones movidos por combustibles fósiles por transporte público y de mercancías electrificado.
Tenemos hasta 2030 para implementar estas medidas en su mayor parte. Todas las que afectan a las ciudades metropolitanas, y las suficientes para tener una red regional, estatal y europea de transporte no contaminante.
Estas medidas, lógicamente, precisan combinarse con otras que afectan, como nos dice la comunidad científica, a la forma en que producimos y consumimos energía, alimentos y productos manufacturados. Con medidas urbanísticas y sobre los edificios, para hacerlos autosuficientes energéticamente. Y por supuesto, con medidas sociales para que nadie quede en situación vulnerable y desprotegida como consecuencia de los rápidos cambios que tenemos que emprender. Pero eso será objeto de otros artículos. Podemos hacerlo. Sabemos cómo hacerlo. Estamos en emergencia, tenemos que hacerlo.
Esteban de Manuel Jerez, Prof. E.T.S. Arquitectura, Universidad de Sevilla, coportavoz de Equo Verdes Andalucía
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es