La Pasión no acaba

A tus pies

Se acercaba el momento de montar a caballo. Sería mediodía. Dentro de las cuadras los hombres se afanaban por preparar las monturas, arreglar con los cepillos..

Publicado: 12/03/2020 ·
00:05
· Actualizado: 12/03/2020 · 00:05
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  • Víctor Garcia-Rayo con Oliva Soto. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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Se acercaba el momento de montar a caballo. Sería mediodía. Dentro de las cuadras los hombres se afanaban por preparar las monturas, arreglar con los cepillos las crines de la noche y quitar el polvo de las grupas. Había que limpiar las camas y arreglar las colas, anudar y recoger, apretar las cinchas y poner en orden todos los arreos. El sol se asomaba al picadero y los campos sembrados pedían a gritos galopes nuevos. El reloj del campo jugaba a la noria y la muleta del torero descansaba apoyada en la pared, montada aún en su palillo y con el latido de las yemas de los dedos impregnado aún en la mitad justa del estaquillador. Un palmo más allá, un capote en pie parecía erigirse en dama rosa y amarilla con un volante de primavera. Sudaba elegancia y muerte. Olía a Andalucía.


El veterano periodista aguardaba con su gorra calada en las afueras, ponía orden en sus emociones y dirigía al equipo de colaboradores con más voluntad que acierto. Las cámaras debían grabar la jornada y los pálpitos, la esencia de otro día de toros y amor a la cultura de la tierra. Llevaba en la cabeza los recuerdos de aquel torero que, dentro aún de las cuadras, había conocido cuando (siendo un niño) miraba como miran los hombres el cadáver de su tío, muerto en el albero de la Real Maestranza por un novillo aquella misma tarde de septiembre. El periodista recordaba en las puertas de la cuadra que aquella trágica tarde pensó que el chaval del mortuorio torero instalado en la plaza del Baratillo se convertiría un día en matador de toros. Y aquello se había cumplido. La providencia se había encargado además de que el cronista y el torero fuesen, pasado el tiempo, hermanos de la cofradía de la calle Adriano.


Ladró un bodeguero allí detrás, en la finca vecina, cuando el torero salió de la cuadra con esos andares que marcan un compás misterioso. Los toreros andan como dibujando de sueños el suelo con los pies. No lo pisan, lo acarician.
Pensaba el plumilla en el injusto olvido que atravesaba aquel artista. Traía unas polainas en las manos y una sonrisa en el rostro, el temple en sus movimientos y la mirada baja. Cuando llegó a la altura de su amigo, se agachó y sin mediar palabra le pidió que levantara un pie. Entonces le ajustó el pernil al interior del calcetín y le colocó la pierna derecha. Repitió la operación en la pierna izquierda. Se cercioró de que estuviera cómodo y se levantó orgulloso, feliz, con esa naturalidad de quien hace las cosas por nobleza, por hombría, por delicadeza. El periodista cayó. Sintió que el silencio era mejor que la negación de la voluntad de un matador de toros. Había que dejar que aquel niño hecho un hombre se echara al suelo de la antigüedad.


Pero aquello pasó ayer y hoy, Oliva Soto, ya no tengo motivos para callarme. Deja que me quite la gorra, te agradezca el detalle y me ponga yo esta tarde a tus pies.

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