Una feminista en la cocina

A estertores

 La gente es así… tan simple como una puesta de sol en la playa. Hay miles que van a verlas, a lugares infinitos, recónditos y carísimos

Publicado: 05/03/2020 ·
09:38
· Actualizado: 29/04/2020 · 18:41
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Era una cara que desconchaba el alma. Con huecos tan profundos que le veías los dientes al Inframundo. Me quedé prendada de ella. No podía dejar de mirarla. Tanto, que a la salida una mujer se me enjaretó, preguntándome si quería tener algo con su marido. La gente es así… tan simple como una puesta de sol en la playa. Hay miles que van a verlas, a lugares infinitos, recónditos y carísimos. Luego te subes a una azotea gaditana a las siete de la tarde y el sol se te clava en los huesos fenicios entendiendo por qué necesitas esa morbosa marea, ese apelotonamiento de gente y ese olor lujurioso a vino rancio. Son los Carnavales que a mí me traen ecos de gente ociosa, pisotones y vulgarismos; Turistas y locales amancebados en las esquinas, orinándose sin decreto; Poca policía, mucho mano a mano y precios escanciados en barra improvisadas. No me asusto, ni disloco, solo indico.                                                                                                  

en las últimas 24 horas los servicios de emergencias han intervenido en seis casos de personas mayores caídas.

Era una cara de renuncias, de rencores, de hondas palpitaciones nunca llevadas arriba. Cruel con su edad, con sus dolencias, con sus carencias. Nunca podría ser mayestática, sino incisa y convexa en su propia deformidad comúnmente aceptada. Porque aceptamos lo que queremos igual que los tiempos corren y cambian porque les da la gana. Los Carnavales siguen siendo pretexto de necios para hacer vandalismo de poca monta, micciones de mucha altura y jolgorio por pocos euros que no hay como Venecia para soñar entre aguas estancadas de mareas efímeras. Lo carnal ya se sabe,  es gloria mundana que solo somos arrastradores de pellejos y creemos que si gritamos más, tropezamos más y dilapidamos a tumba abierta no nos cogerá la vieja. Pero ella siempre espera contrapuesta a que alguien se fije en su marido porque tiene una cara que impacta a la primera mirada.

Era una cara que en vez de respirar parecía que nacía a estertores, convidando a dejarte pensando treinta años hasta que un día pares un artículo y nadie entiende nada. Antes de escribir quise pintar caras como la de ese viejo enjuto y quijotesco. Cara de honduras maceradas, de arrugas tan plegadas al tiempo que podías verle fechas y estaciones en carne remendada. Una vez me dijo una vieja disfrazada de niña que cumplía Carnavales, pero no se me engañen que lo mismo era una niña disfrazada de vieja mintiéndome. Porque los Carnavales- como las caras que se te llevan el alma- están hechos de oscuridades mágicas con gente que transita pero que no lo es, ni lo será nunca. Obligados a perpetuar ocasiones, sueños y rememoraciones a ritmo de avalanchas humanas y estribillos. Lo mismo es un círculo dantesco y no nos hemos dado cuenta, siguiendo en nuestro Matrix particular, dándonos cabezazos con las hipotecas, los sueldos racionados y los impuestos. Lo mismo es el cielo de los pobres, de los imaginativos y de los confusos. También de esa máscara de piedra que te miraba como un desconchón hiriéndote la espera, quemándote las cuencas.

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