Una feminista en la cocina

Tempura

Quizás las arrugas no sean más que el plegarse del alma. Quizás lo sean

Publicado: 05/03/2020 ·
09:34
· Actualizado: 29/04/2020 · 18:39
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Quizás el tiempo atempere como las estaciones pasando. Quizás las arrugas no sean más que el plegarse del alma. Quizás lo sean. No hay otra explicación a ese pasotismo industrial que me recorre las venas. Ni febrero atisbando en el horizonte puede hacerme mella, gárgola vieja aposentada en una azotea viendo como una cigüeña desnuca a sus crías en mar abierto. Hay que ser loca o muy gaditana para intentar criar en lo alto de un edificio urbano rodeados de mareas.

Crucero Crystal Espirit en Almería.

Mucho para empujar a tus crías a hacer el viaje inaugural en mitad de la Bahía, restándole espacio vital a transatlánticos y turistas. Y aun así, la envidio. Como a tantos otros que aun pelean por lo que quieren. Son sueños- los suyos- muchas veces truncados nada más embrionarse en las entretelas. Rameras condiciones las de esas ideas que nos postulan por caminos intransitados, por imágenes confusas de nosotros mismos y llantos inconformados. Somos patéticas criaturas que corren en un laberinto inexpugnable de consumos, amores frustrados de película americana y muchas ilusiones. De esas, vamos sobrados. Cazamos al vuelo lo que queremos y queremos sobre todo que nos quieran. Hacemos al mundo la manicura con nuestras manos, afilándole las garras o endulzándolas con miel. Le leemos la cartilla con nuestros eslóganes y catecismos y así nos va, cojeando de las dos patas como una jodida mesa de cocina de wallapop. Nos compran y venden a cada instante. Nos vapulean con publicidad, creyéndonos que estamos vivos y somos dueños de nosotros mismos.

Luego nos sueltan en la puerta del laberinto cada amanecer, para que piquemos ficha de nuevo. Somos una rueda más de ese laberinto cárnico, sin que nos demos cuenta. Ni tampoco queremos, que se está muy bien rodando cabeza abajo con las demás tuercas hermanadas a la perfección a nuestro lado. Por eso cuando algún tornillo se suelta o una rueda corre a su ritmo, todos al mismo tiempo chirriamos como en” la invasión de los ultracuerpos” porque no hay mayor perfección que el silencio complaciente de la mayoría. En eso nos hemos convertido… en pasto ignorante para rumiar de ovejas. Nos llena el espíritu cachondón vernos apostillados en un sillón con las nalgas bien dispuestas, la bolsa de chuches pegada al costado y los ojos a punto de dejarnos ciegos de tantas tonterías. Cuánto hace que los libros fueron quemados en las esquinas de las bibliotecas a polvo marchito, cuánto que solos somos realitys y gente risueña que nos ilumina un plasma pagado con nóminas futuras. Cuánto que nos somos más que ficción de historia por escribir en páginas que nunca serán impresas. Quizás el tiempo calme la ansiedad, el miedo y la incertidumbre llevándonos laxos a la tumba, solo que a las locas y las cigüeñas no les importa una mierda, porque desde su atalaya se ve el amanecer combado en colores chillones de paleta de Van Gogh, tan cuerdo que se arrancó una oreja antes de expulsar su semen por la Bahía preñando a toda la fauna gaditana de tristeza y agonía.

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