Cada año por estas fechas Jerez se convierte durante dos semanas en la Capital Mundial del Flamenco por derecho de la mano del Festival de Jerez. Un escaparate que en 2021 celebra sus bodas de plata y en el que la ciudad exhibe y presume del potencial del género del que es cuna y al que desde hace años sucumben cerca de un millar de cursillistas que se desplazan a la ciudad desde todos los puntos del mundo para empaparse de este arte. La fidelidad a Jerez y a este evento se nota en que la gran mayoría son veteranos y se manejan bastante bien con el español. Una parte ya se ha despedido hasta el año que viene este último fin de semana, mientras que la otra enlaza una nueva semana de cursos y agota su estancia formándose y exprimiendo el festival hasta su clausura este sábado. Es el caso de Marisa, una secretaria brasileña ya jubilada de 57 años, que lleva 13 viniendo a los cursos. No es profesional pero toma clases y colabora en Brasil desde hace tiempo con una academia. El flamenco le apasiona. “Empecé tarde, a los 42 años”, relata. Desde entonces no ha parado y espera poder regresar siempre a Jerez “si Dios quiere”.
Este viernes terminaba su curso de “Técnica y estilo del baile por fandango” a cargo de la bailaora sevillana Rafaela Carrasco. Formarse de la mano de la encargada de abrir el festival siempre es un lujazo y Marisa lo sabe. “Es una maestra extraordinaria, el curso ha sido sensacional”, indica. Tantos años viniendo a Jerez también hace que acumule una larga lista de maestros que le han ayudado a limar y perfeccionarse en el mundo del flamenco. “Con El Pipa fue fantástico, y ahora empiezo otro de bata de cola con Manuel Liñán. Se los conoce a todos a la perfección, mejor que cualquier jerezano de a pie, y admite que le pierde el ambiente y la gastronomía. Su sitio preferido: Casa Gabriela, donde suele parar con compañeras de cursos que conoce desde hace años. Aunque en sus primeros festivales se alojaba en un hotel, desde hace unos años comparte piso con otras cursillistas. “Antes esto no era así, no había tantos pisos para alquilar”, admite.
Entre los cursos, el vuelo, la estancia y los gastos la experiencia termina siendo “muy cara”, pero para ella son sus mejores vacaciones y más ahora que está jubilada y puede alargar su viaje al máximo. De hecho, asegura que siempre que llega la hora de irse le asalta el mismo temor: “¿Será este mi último festival?”. Espera que no y que el próximo año no tenga que sufrir tanto como este para formalizar la inscripción, pues el ciberataque que sufrió el Ayuntamiento también le pasó factura y por un momento se pensó que se quedaría en Brasil. “Nos tuvieron que hacer el trabajo dos veces, porque el sistema no funcionaba y el plazo se agotaba, yo no paraba de llamar diciéndoles que no podía apuntarme”, recuerda.
Jana es bailaora profesional. Vive en Praga y es otra incondicional al Festival de Jerez. Lo acreditan sus más de 20 años viniendo a esta cita. Procura no faltar y si ha causado baja ha sido por el nacimiento de sus tres hijos. Esta semana se ha quedado en un hotel con una de sus alumnas que le acompaña. Prefiere no hacer cuentas pero tiene claro que “merece la pena sólo estar con alguien como Rafaela”, a la que asegura, bromeando, que “persigue un poco” por toda Europa. “Para mí Rafaela es la mejor profesional”, señala. Por ello, siempre que puede regresa a Jerez para disfrutar de su festival y sus espectáculos y reciclarse de la mano de la bailaora. Tanto Jana, como Marisa y otras 23 compañeras de todas las edades y procedencias (Suiza, Alemania, América, Brasil, Japón...) -han echado de menos a las cursillistas chinas que no han podido venir a Jerez por la falta de vuelos por el coronavirus- apuran la clase con Carrasco, que ha estado hasta el último momento marcándoles los pasos bajo los acordes del maestro José Torres. No importa que sea la última, de nada más y nada menos que de dos horas y media, es exigente con sus alumnas, y con Oliver, el único chico, que destaca entre tanta falda de volantes.
Sesiones intensas
Las hay de lunares, lisas, animal print, con más volantes...cada giro, cada paso refleja la seriedad y la pasión con la que se toman las clases. Mientras entona y canta Calle Real -no se le da nada mal- y marca los pasos con las palmas, Carrasco está pendiente de cada detalle. “Ese final es una caca”, señala la bailaora, divertida. Toca repetir. “Otra vez”. Ahora sí. “Eso es”, les dice, satisfecha. Toca grabarse por grupos. Otra dinámica de la sesión. Todas sacan sus tablet y sus smartphones para que puedan seguir practicando en la distancia. Se acabó. Aplausos. Llega el momento de la despedida y la entrega de diplomas. Todas quieren hacerse una foto con Carrasco y ella accede gustosa. Se nota el cariño y la admiración de tantos años. Un selfie final colectivo pone el broche de oro y, por supuesto, las gracias porque Rafaela está encantada por cómo se entregan sus alumnas.
El balance no puede ser más positivo. “Hemos trabajado muy bien; hemos hecho un término medio de pasos en los que se pueden adaptar las que le cuesta un poco más y las que tienen un nivel más avanzado”, señala ya en camerinos y cambiándose esta bailaora, que es consciente de la “persecución” de la que habla Jana y no puede estar más agradecida por tanta fidelidad. “Tengo a mucha gente que vienen expresamente a mi curso, vienen todos los años. Es una semana a muerte. Son cursos muy intensos pero me lo paso fenomenal”, concluye.
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