Sindéresis

Melodía desencadenada

No me hace reflexionar tanto la figura de Elvis gordo, sudoroso, pero con una sonrisa capaz de derribar edificios morales.

Publicado: 23/02/2020 ·
22:38
· Actualizado: 23/02/2020 · 22:38
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Imagino que también os pasa con cierta frecuencia, durante vuestra navegación en redes sociales, que encontráis joyas documentales o artísticas que os hacen reflexionar, más allá del impulso de compartir, más allá de la necesidad de llevar a tu gente al otro lado del horizonte limitador que una vez fue también tuyo.

Esto me ha sucedido esta semana con el corte de un concierto en el ocaso de Elvis Presley, un ocaso en que el oropel y el exceso no era capaces de disimular lo importante: un hombre acabado, sudando literalmente hasta las pestañas, regalando el bronce de su voz, comunicado con su público a través de la canción de otro, que ya es de todos. «El tiempo pasa tan lentamente, y el tiempo es capaz de tanto...», dice la canción, seguramente con una intención muy distinta a como yo la percibo, porque según lo que veo en el vídeo, el texto, el sonido, el cantante, el público, lo que yo veo, no es una canción de amor, sino una comunión mitómana y desmitificadora al mismo tiempo; un encuentro para la victoria crepuscular.

No me hace reflexionar tanto la figura de Elvis gordo, sudoroso, pero con una sonrisa capaz de derribar edificios morales. Lo que me hace reflexionar principalmente es que, cuando la cámara toma los rostros del público, veo personas sentadas en un auditorio, en una calma emocionada, nada de sujetadores volando ni bailes catárticos, y entiendo que esas personas crecieron y vivieron y cambiaron al tiempo que Elvis crecía y vivía y cambiaba, y la juventud retadora se transformaba en otra cosa, y descansaban juntos, en ese auditorio, Elvis al piano y el público en las gradas, y en las miradas de, sobre todo, aquellas mujeres, veo una sabiduría incendiaria que entiendo aún portan las que sigan vivas. Enfrentaron todo el peso del conservadurismo rancio, a pesar de que Elvis siempre fue el chico blanco americano del Rock & Roll; pero enfrentaron juntos las convicciones sociales y demostraron que no se trataba de inmoralidad vacía, se trataba de música, igualmente catártica, igualmente melodiosa, para escuchar sentado, o abrazado a alguien.

La mirada que veo en esas mujeres es la de la victoria serena del paso del tiempo, y el tiempo puede hacer tanto… Veo a personas que llevaron razón desde un principio, aunque seguramente alguna vez tuvieron que escaparse de casa para ir a un concierto, como seguramente a menudo Elvis tuvo que escaparse a escuchar Blues en bares de negros, un chico blanco que iba a aportar su talento a la mescolanza y, al mismo tiempo, a la libertad sexual y a la libertad de culto; porque uno puede rendir culto a lo que quiera o a quien quiera, y el culto al arte y al artista es una de las maneras más socialmente transgresoras de mostrar humildad y humanidad.

 Y allí estaban, simplemente cantando y escuchando música, después de haber ganado y después de haber dejado atrás aquellos padres que prohibían, aquellos predicadores que censuraban, seguramente excelentes hijas y personas piadosas con fe, a pesar de todo. Porque siempre tuvieron razón y aquella transgresión era una de las muchas frivolidades que pueden permitirse la música y el genio, frivolidades con una carga espiritual más profunda que la más profunda taladradora de minería; el arte se enfrenta a cualquier cosa y el tiempo, en este sentido da y quita razones. Solo el arte sobrevive a los dioses, el arte y la belleza, a través del tiempo.

 Y el tiempo puede hacer tanto...

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