El jardín de Bomarzo

Hombres de luz

Buena parte de las instituciones públicas que campan a lo ancho del territorio andaluz organizarán esta semana celebraciones conmemorativas

Publicado: 21/02/2020 ·
12:28
· Actualizado: 23/02/2020 · 17:14
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Bomarzo

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"Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos: hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres le dimos”. Blas Infante, fragmento himno de Andalucía. 

Buena parte de las instituciones públicas que campan a lo ancho del territorio andaluz organizarán esta semana celebraciones conmemorativas en torno al Día de Andalucía, nombramientos de hijos predilectos, actos con himnos alzando la bandera verde y blanca. Es bonito porque por unos días nos sentimos orgullosos de ser andaluces, no es que el resto del año no lo estemos, no, pero esta semana en especial se ensalza el sentimiento andaluz autóctono más puro. Aprovechando, suele ser habitual que empresas demoscópicas y grupos de comunicación hagan y publiquen sondeos que reflejen tanto el momento de opinión de los andaluces sobre diferentes aspectos sociales como, claro está, su oculta intención de voto, su prisma sobre la política nacional y más ante la situación crítica que vive el modelo autonómico con el aparente apresamiento que del país están haciendo territorios como País Vasco o Cataluña.

Uno de ellos a los que ha tenido acceso este laborioso agricultor de floridos asuntos dice que el SETENTA por ciento de los andaluces opina que Andalucía no está convenientemente representada en el Congreso de los Diputados como ocurre con otras comunidades autónomas, frente al VEINTIDÓS que cree que sí y un OCHO que ni fu ni fa. Partiendo del hecho de que a cualquier persona que se le pregunte lo mismo en otro territorio responda de manera similar porque quién puede estar satisfecho de estar bien representado, en el caso de Andalucía es sintomático por la contundencia de este pensamiento en un votante tradicional de PSOE o PP y para una comunidad en la que las formaciones nacionalistas nunca han logrado arraigo. Y esto me lleva a hacer una especie de mirada hacia atrás sobre la materia cuando febrero languidece para desembocar en el único momento del año en el que los andaluces nos envolvemos del blanco y verde de nuestra bandera.

"El pueblo andaluz todavía no está suficientemente convencido en su conciencia de pueblo de que es útil un partido andaluz", decía Alejandro Rojas Marcos en septiembre de 2015, haciendo responsable a los andaluces del fracaso del andalucismo representado en su día por el PSA, luego por el PA, para acabar en un residual partido llamado Foro Ciudadano que, cual isla, mantuvo Pedro Pacheco en Jerez. Siendo esto cierto, también lo es que a lo largo de la historia el movimiento andalucista no ha sabido gestionar la idiosincrasia andaluza y dar en la clave de ese punto en el que se consigue remover la sensibilidad y conseguir el apoyo popular. Porque en política gana quien utiliza la psicología para captar corazones por encima de mentes. Lo hizo Pacheco en Jerez al dar con la tecla del espíritu jerezano -"Me encanta Jeré..."-, y durante varias legislaturas consiguió que ciudadanos de derecha, centro, izquierda y medio pensionistas lo tuvieran como líder indiscutible, ya no del andalucismo, sino del jerezanismo en su más puro sentido. 

La historia de los movimientos independentistas en España es breve pero recurrente, tanto en los territorios marcados por esa demanda, Cataluña y País Vasco, como en los que no, caso de Andalucía. Si bien en los dos primeros parte de un movimiento social y económico, en nuestra tierra lo hace de un movimiento cultural, quizás este es un punto importante diferenciador. En Cataluña la industrialización de finales del siglo XIX y principios del XX creó una fuerte burguesía que, pese a sus intentos, no consiguió posicionarse ante el poder central del Estado, de este modo la élite social catalana optó por el movimiento nacionalista para hacer valer sus intereses ante el gobierno de España. Lo cual lo llevó a efecto incluso durante el franquismo y, por supuesto, en toda la época de democracia, consiguiendo réditos económicos para el territorio y un fortalecimiento de la clase burguesa concentrada en grandes capitales. Otra cosa es la evolución separatista, que requiere de mucha más tinta. Por su parte, el independentismo vasco nace de la mano de la burguesía que, pequeña y muy concentrada, conseguía un estatus favorable del poder central, con un régimen especial fiscal y administrativo que le era muy favorable, marcando una ruptura social con los núcleos que vivían alrededor de la economía tradicional, focalizado en especial en ciertos pueblos vascos cuya población se veía desplazada de la industrialización y del desarrollo económico, lo cual explica que el discurso político nacionalista vasco fuese orientado hacia el separatismo y la lucha contra el poder establecido que dio origen a ETA. El movimiento catalán perseguía poder, el vasco luchaba contra él. 

En Andalucía el tema era otro. El andalucismo como movimiento no nace de la mano de ninguna clase social, no nace de intereses económicos, tampoco de reivindicaciones al estado central, ni de forma de presión para conseguir un trozo de tarta mayor, bien fuese en más peso político o económico. Salvo el puntual movimiento de regionalismoandaluz ligado a líderes republicanos o anarquistas, como el de la Junta Suprema de Andújar, que con un ejército propio se plantearon luchar contra el gobierno central para conseguir mejoras para Andalucía y llevaron a cabo las revueltas de 1835, algo que no llevó a nada al ser desactivado por Mendizábal y el manifiesto de los federales andaluces de 1873, que redactaron la Constitución republicana de Antequera y el soberanismo proclamado por el anarquista Fermín Salvochea y el federalista Rafael Pérez del Álamo, lo cierto es que el andalucismo, alejado de intereses de sesgo político, nace de un movimiento cultural, también llamado folklorista, en los años sesenta del siglo XIX de la mano de la Sociedad Antropológica de Sevilla y, sobre todo, del Ateneo de Sevilla y diversos intelectuales andaluces, entre ellos Antonio Machado Núñez, su hijo Antonio Machado Álvarez y Joaquín Guichot, que  buscaban el descubrimiento de la identidad cultural andaluza. Un andalucismo radicado en una élite intelectual con una gran actividad en el Ateneo hispalense y la aparición de la figura de Blas Infante, que en 1915 publicó su obra El ideal andaluz para reivindicar la personalidad de Andalucía y proponer la creación de una Mancomunidad de Andalucía, valiéndole abanderar el andalucismo y consiguiendo que en 1918 se celebrase la Asamblea de Ronda, donde se acordó la bandera y el escudo de Andalucía, y posteriormente la Asamblea de Córdoba de 1919, en la que un manifiesto de Blas Infante propone la abolición de los poderes centralistas y aboga por una Federación Hispánica para que se reconociese Andalucía como realidad nacional y patria. Todo ello con una escasa repercusión en el pueblo andaluz, que veía el movimiento como algo de una clase intelectual apartado de sus verdaderos problemas e intereses. El asesinato de Blas Infante en los inicios de la guerra civil, este periodo y la época franquista anularon el andalucismo, que no volvió a resurgir hasta los años sesenta del siglo pasado, durante los cuales un pequeño grupo de la burguesía intelectual sevillana inicia un intento de retomar la figura de Blas Infante y su legado andalucista, creándose en 1965 el grupo Compromiso Político de Andalucía, que en 1971 evolucionó para denominarse Alianza Socialista de Andalucía, muy unido al líder madrileño -viejo profesor- Tierno Galván. 

El PSA fundado en 1976 por Alejandro Rojas Marcos, Luis Uruñuela y Miguel Ángel Arredonda nace con un resurgimiento del andalucismo, esta vez no con origen intelectual, sino social, con un apoyo derivado de dos circunstancias. Por un lado, el impacto de la emigración andaluza, que provocó un fuerte sentimiento de identidad regional y la conciencia de la pobreza y subdesarrollo del territorio andaluz, pese a su potencial, comparativamente con otros territorios y, por otro, el inicio de la política autonomista que colocó a Cataluña, País Vasco y Galicia en una situación de privilegio. Este movimiento andalucista tuvo su mayor auge de masas el 4 de diciembre de 1977 con una gran manifestación en todas las ciudades de Andalucía y en Barcelona -con un importante número de  emigrantes andaluces-, movilizando a un millón y medio de andaluces y resultando con una víctima mortal en Málaga, Manuel José García Caparrós, que murió por un disparo de los grises enarbolando la bandera de Andalucía. Este resurgir del andalucismo con una fuerza inusitada dio lugar a que el 28 de febrero de 1980 se celebrase con éxito el referéndum andaluz sobre la iniciativa del proceso autonómico. 

En la evolución del movimiento político andalucista ha tenido mucho que ver no sólo el desapego del pueblo andaluz, como mantenía Rojas Marcos, sino también la torpeza estratégica de sus líderes, sus enfrentamientos y fracturas y el ojo clínico de un PSOE que supo fagocitarlo, sobre todo pactando con el PA en 1996, que formó parte del gobierno autonómico: algo que ciertos andalucistas ya habían premonizado, de hecho no en vano en 1984 habían decidido quitar la S de socialista por aquello de desmarcarse y diferenciarse del PSOE en un intento de captar adeptos del nacionalismo andaluz, por encima de ideologías. Pero el poder ciega y gobernar junto al gran aparato socialista y, además, la indefinición ideológica del PA les pasó factura. El liderazgo de Pacheco y su enfrentamiento con Rojas Marcos provocó la casi desaparición del PA, la creación por el jerezano de sucesivos partidos: en 1992 el Partido Andaluz de Progreso, en 2001 resurgimiento del Partido Socialista de Andalucía y en 2011 el Foro Ciudadano de Jerez. Todo ello en un vano intento de renovar y conseguir avivar el sentimiento andalucista, que obtuvo su cénit en 1979 con cinco diputados en el Congreso -dos por Sevilla, dos por Cádiz y uno por Málaga; les faltó 30 votos para lograr el de Córdoba y 80 en Huelva-, para quedar fuera de él en 1982 y conseguir sólo dos -Rojas Marcos por Sevilla y Antonio Moreno por Cádiz- en 1989 y en ese mismo año Pacheco un escaño en el Parlamento Europeo; siendo en el año 2000 la última vez que hubo una representación del partido andalucista, también con tan sólo un diputado. Ocho millones de habitantes andaluces y el Partido Andalucista lo más que consiguió en sus momentos álgidos fueron 350.000 votos, esta es la realidad. 

Como realidad es que ante la pregunta al ciudadano andaluz sobre la buena o mala representación de Andalucía en el Congreso una mayoría la califique de mala -setenta por ciento-; también es otra realidad que los andaluces se sienten indiscutiblemente españoles, orgullosos de su cultura y tradiciones, pero españoles y de algún modo acostumbrados al trato discriminatorio de los distintos gobiernos centrales ante los privilegios de catalanes y vascos y, parece y tristemente, que resignados a ello. Sólo quien consiga dar en la fibra concreta en el punto exacto conseguirá que "andaluces de todos los campos y partidos vengan a esta labor, los hombres de ideas más opuestas, unidos por el ideal de una Andalucía grande y redimida”, como decía Blas Infante, padre de la patria andaluza. 

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