Sevilla

Desde la butaca: ‘Judy’: Al final del arco iris

Ha valorado la denuncia de esa oscuridad sin paliativos de un Star System, que se cebó especialmente contra las mujeres

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Coproducción entre Reino Unido y Estados Unidos, de 118 minutos de metraje. Realizada por el director de teatro y cine británico Rupert Goold, cosecha del 72. Su guión lo firma Tom Edge sobre el musical de Peter Quilter ‘Al final del arcoiris’. Su fotografía, que capta las tonalidades dramáticas de la época y de la historia, se debe a Ole Bratt Birkeland. Su banda sonora, que las enfatiza igualmente, es del gran Gabriel Yared. De su reparto se hablará luego.

Centrada en los meses previos a la muerte de la estrella, en 1968 -pues falleció en el 69 a la edad de 47 años-, ya en declive, Judy Garland y en los últimos conciertos ofrecidos por ella en el londinense The Talk of the Town. Sabedora de la devoción que le profesaba el público inglés, frente a las críticas recibidas en su país, la actriz y cantante decidió firmar con dicho local un contrato de cinco semanas pese a su muy deteriorado estado físico y emocional, a fin de recuperar su estatus y ganar un dinero imprescindible, puesto que nadie la contrataba en América. Mientras, hacía frente como podía a sus demonios personales, a sus pésimas relaciones sentimentales tras cuatro matrimonios fallidos y a la lucha por la custodia de los dos hijos habidos con Sidney Luft -que ejerció sobre ella una violencia física y psicológica que no recoge el filme…-  y recuerda sus terribles principios en el cine.

Por lo demás, los hechos relatados en ‘Judy’ se ajustan a la realidad -incluyendo los personajes del empresario, el músico y la asistente personal de la artista en la capital inglesa- con la excepción de algunas mínimas licencias que el director se ha permitido. Como la emotiva cena que mantiene con dos de sus fans más inquebrantables, una tierna pareja de gays que fue encarcelada por su opción sexual -una y otros son pura ficción- en la que se pretende resaltar el hecho incontestable de que Garland fue siempre un icono LGTBI.

Entrando ya en materia crítica, esta firmante ha apreciado la denuncia de la explotación inicua que sufrió, siendo una adolescente, por los pesos pesados de la industria y sus secuaces ejemplificado en el repugnante magnate Louis B. Mayer, que la sometió a presiones intolerables, acoso sexual incluido. Cuyo equipo la mantenía trabajando todo el día, controlaba su dieta, su vida personal y le proporcionaba pastillas que le provocaron adicciones que ya no la abandonarían.

Y también la crónica de sus ocaso y muerte anunciadas tanto en USA como en el Reino Unido, propiciadas por su alcoholismo y politoxicomanía citadas e inducidas, vistas tanto desde dentro como desde fuera del escenario. Ha valorado la denuncia de esa oscuridad sin paliativos de un Star System, que se cebó especialmente contra las mujeres y que cuando ya no le eran rentables las desechaba como juguetes rotos. Junto a ese final vibrante primero y abrupto, pero eficaz, después.

Por lo demás, hubiera esperado más rigor, más osadía, aunque parezca contradictorio, y menos convencionalismo en el tratamiento de un material biográfico de primer orden. Por lo demás, esta firmante no dejó de pensar qué hubiera hecho Asif Kapadia, (‘Amy’, ‘Maradona’) experto en ídolos caídos, con este relato…

Pero lo cierto es que su patetismo, su desolación y su tragedia, sus sombras y sus luces, la alcanzaron de lleno por -sobre todo y sobre todos en un reparto más que solvente en el que destacar a Jessie Buckley, Michael Gambon, Rufus Sewell o Andy Newman- la escalofriante interpretación, más grande que la vida, de una Renée Zellweger a la que todos los honores le son debidos, que se está llevando todos los premios, incluido el Oscar.

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